-Una crónica desde lo vivido, sentido e informado (y desinformado) de lo
que pasó en Olavarría durante el sábado.
“Cierta gente de mierda (debería puntualizar: PODEROSA gente de mierda)
se regodearía si alguien sale lastimado. Cuidemos al que está al lado”. Esto
-así, tal cual, con esos paréntesis y mayúsculas- escribió y pidió y exigió el
Indio Solari en la semana previa al recital q ue iba a brindar el sábado 11 de
marzo. Quizás intuición política tras más de 40 años de trayectoria, tal vez
olfato desde la experiencia por los días políticos y duros que se viven,
posiblemente un mensaje para las cientos de miles de personas que ya estaban
llegando para verlo una vez más.
El reloj apenas pasaba las 8 de la mañana cuando comenzamos la
expedición. 350 kilómetros por delante. Diez horas de viaje. Y a caminar -y
vaya que caminamos-. Hay que vivir eso para sentir ese clima de fiesta, de
mucha solidaridad y acompañamiento. De vecinos que iban desde la curiosidad hasta
el aprovechamiento de la ocasión para armarse un local improvisado y vender
mientras esa multitud que caminaba tranquila hacia el predio rural La Colmena.
Y acá una primera falla organizativa: no había señalizaciones ni gente de la
organización que indicase caminos. Peor fue la salida, algo incontrolable, con
caminos cerrados y marea humana.
Hay un problema que es cultural y es que la droga nos está matando. Y
que el alcohol nos está sacando todo de foco. Y esto no es problema del Indio
ni de su productora ni de la ocasión: es social, es el lucro con la vida
humana. Como consecuencia de esto, no podemos entender estos eventos masivos
-ni la vida cotidiana, como puede ser ir a bailar cada fin de semana- sin
mamarnos o droga que circule. Ha entrado con todo y de lleno en un sistema es
el que la deshumanización está en puntos altísimos.
Ezequiel Galli es el intendente de Olavarría y uno de los 65 jefes
municipales que asumieron tras la asunción de Mauricio Macri. “Como mínimo
esperamos 200 mil personas. Dentro de la municipalidad se generaron apuestas
porque algunos dicen que vendrán 300 mil”, expresó, así, entre risas, Galli. Es
decir, un número, como si quienes iban a concurrir a su localidad fuesen
máquinas y no vidas humanas. Y aquí se nos desprende otra arista: la ausencia
del Estado. Cuando facturar está primero que gestionar, las consecuencias están
a la vista. Cuando abaratar costos -y acá sí entra el Indio y la productora- es
algo que se pone en juego, lo incontrolable (¿es posible, en una sociedad
organizada, controlar a cientos de miles de personas que se reúnen?) se torna
un caos.
“No es un público que le digas ´está todo vendido´ y se quedan en la
casa”, había expresado el Indio en una entrevista luego hecha documental que le
hizo Mario Pergolini en marzo del 2016.
Dos muertos. Está confirmado que no fue como consecuencia de las
avalanchas -se sabe, hay que decirlo, que esa marea de gente fue solo en los
primeros metros que le siguieron al escenario, estando en el resto del predio
con comodidad-. Ambos ya estaban en el hospital cuando empezó el show. Quienes
aprovecharon e utilizaron cualquier mentira para pegar y criticar se fueron
quedando sin argumentos. Porque violencia es mentir. Y mentir es lo que hacen
los medios masivos de (des) información, esos mismos que fueron a Olavarría
recién el domingo por la mañana (y nosotros, parados en la ruta por un
desperfecto en la combi, veíamos cómo pasaban los camiones televisivos) porque,
está claro, el morbo era más grande que ir a cubrir un recital sin precedentes.
Hay que tener cuidado con las palabras utilizadas y la búsqueda de
culpables y la continua ola de aciertos y verdades en la que parece que vivimos
y tenemos. No faltó quien haya esbozado que a estos dos chicos los mató el
Indio o el rock como a Walter Bulacio. Omitieron - ¿por nula información o por
interés y aprovechamiento? - que a Walter, en un show en 1991 de Los Redondos,
lo mató la policía, cinco días después del recital, en la comisaría luego de
haber sufrido torturas.
Ya habíamos pasado las 10 de la noche. Las luces se encienden, el
artista y su campera roja aparecen. Y se da rienda suelta a “Barbazul versus el
amor letal” (¿se habrá elegido este tema para comenzar justamente porque en
Tandil, el año pasado, tras zapatillas que volaban mientras sonaba El Dios de
la prisión se suspendió el tema?). Hay que estar. Hay que vivirlo. Hay algo
especial alrededor del Indio. Todo en la vida no se puede explicar. Existe una
mística que difícilmente se pueda apreciar en otro lado.
Más allá de grandes ratos como “Nuestro amo” o “Ropa Sucia”, el recital,
acortado y modificado como consecuencia de los desmayos producidos en los
primeros metros, ahondó mayormente en temas lentos. Se entendió el contexto y
desde el escenario se evitaron peores consecuencias. La responsabilidad está
detrás del escenario, en el armado de todo esto. Está en, por ejemplo, la productora
y organización -de la cual el Indio es parte-, quien fogoneaba con que se iba a
vivir algo único en la historia y con más de 300 mil personas, cuando sabían
que en el predio entraban 100 mil menos. Se vendieron más entradas de lo
permitido. También empezamos a perder cuando no pocos quieren ser más
protagonistas que el verdadero protagonista.
“El Estado no puede ser penal antes que social”, fue una de las frases
que dejó el Indio Solari cuando paró el recital no por problemas sino para
dejar un mensaje por los días en los que vivimos. Se refería a la idea que
tienen los Diputados y Senadores de bajar y apuntar a los niños y niñas de 14
años la edad de imputabilidad. Fue luego de apoyar a las Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo en su búsqueda incansable e incesante sobre la identidad de los
nietos e hijos aún no recuperados.
Existe una estigmatización marcada hacia el movimiento que es el rock y
a una clase social –por cierto, no aquella conformada por esos poderosos que se
regodearían de si alguien salía lastimado- que es muy clara y perversa. Vivimos
en un sistema en el que la vida humana vale poco, en el que somos números o
solo cabecitas tomadas por drones. Quizás el día en el que entendamos que somos
alguien solo por el hecho de ser, de sentirnos vivos, algo cambie. Y acá no se
salva nadie.