miércoles, 21 de febrero de 2018

Mara, el olvido y la sensibilidad

Un termo en la mano. Mates que iban y venía. De repente, un “mirale esas caras, es impagable”. Uff. Esa declaración de la directora de Cantoni, la escuela albergue de Huaco, llenó todo ese momento de sentido y de sensibilidad y de todo lo que nos podamos imaginar cuando miramos a los ojos. Claro, se refería a los chicos y las chicas que no paraban de hacernos correr y reír. Estábamos ahí, disfrutando, tratando de formar y de formarnos.

Nos preguntamos una y otra vez acerca de la necesitad de afecto. ¿De dónde viene? ¿Por qué? ¿Qué la transforma y cómo se transforma? ¿Qué rol cumple una sociedad, un Estado y las instituciones al momento de pensar y transformar estas cuestiones?

Ella, la de la foto, se llama Mara. Va a la escuela en Calcagno, allí donde la ruta que da al establecimiento conduce a las montañas y forman un paisaje de ensueño. ¿Por qué con algunas personas hablamos por primera vez como si las conociésemos desde antes? Eso me pasó. Eso sentí. Dicen, esbozan, vociferan por allí que antes de morirnos se nos viene a la mente los momentos y recuerdos más lindos. Y difícilmente todos estos sueños pasen de largo cuando llegue el momento.


¿O acaso cómo olvidar el “te hago las pulseritas para que me recuerdes todos los días y no me olvides más” de Mara? Quizás no hacía falta que me haga las pulseritas para no olvidarla más. O sí. O esos hilos tal vez eran una excusa para expresarse. Porque jugar, tanto como el arte y la creatividad, son modos de expresión. Y no hay que saber jugar para jugar. Hay que entender que hay otro y comprender algunas miradas. En esa comprensión existe una sensibilidad enorme. Tan enorme como lo son estos pequeños y estas pequeñas.

martes, 13 de febrero de 2018

¿En qué mundo vivimos?


Por lo pronto, aunque suene a discurso repetido y hasta no pocas personas lo cataloguen como cosa “vieja y de zurdos”, cómo se reparte la riqueza en este mundo es la pregunta que abre un sinfín de respuestas. Hay un sistema que permite tamaña y continua disparidad económica. Sin ir más lejos, hace un par de semanas, en Davos, Alemania, se reunieron a discutir la desigualdad un conjunto de seres humanos entre los que, si sumamos sus riquezas, alcanzan alrededor de un billón de dólares. Es decir, quienes discuten desde los lugares de poder estos temas son los que no paran de acumular riquezas.

¿Para qué una persona quiere y desea y anhela tanta plata? ¿Acaso será para, como escuchamos a cada rato, que “estén salvados hasta sus bisnietos”? ¿Entonces cuál es el mensaje? ¿Salvado de qué? ¿No le estaremos transmitiendo a esa futura persona que no haga nunca nada en su vida si total ya está salvado?

Vivimos en un mundo en el que en un hospital público, para que el Estado te dé una prótesis para operarte, tarda seis meses porque se dejó de financiar. Y no sólo son seis meses de yeso, sino que, al momento de la operación, habrá que volver a romper la zona dañada –ya soldada- para proceder con la cirugía. Porque, claro, ¿cuántas son las personas que tienen la posibilidad de pagar? No pagás, no tenés. No tenés, no existís. Por ahí anda el lema con el que vivimos día tras día en esta jungla en el que las personas se comen a las personas.

Vivimos en un mundo en el que, por ejemplo, una madre embarazada debe ir a la madrugada para sacar un turno para que la revisen. Un mundo en el que el trámite es más importante que el o la paciente. Un mundo en el que a un hospital como el Santojanni recurren a atenderse personas no sólo de Mataderos sino de Liniers, Viila Luro, Piedrabuena, el Conurbano, etc., etc., etc…Entonces, ¿cómo va a dar a basto?

Y acá me quiero detener, ya que la discusión no está dada desde pensar la inclusión y la salud de alta calidad, sino para excluir. Se repite y se repite y no paran de repetir que “los extranjeros vayan a atenderse a sus países y que la gente de Provincia no venga a capital”. Uff. Qué duro. Somos nazis. Qué duro porque quien plantea eso se olvida de exigir más hospitales, más escuelas y más calidad de vida. Prefiere la exclusión, tratar al otro no como una persona sino como un bastardo que te viene a sacar el lugar. Nos peleamos entre nosotros mientras vos no podés acceder a una obra social ni bancarte una prepaga. Porque entretanto no tenemos las necesidades básicas cubiertas quienes discuten la desigualdad mundial acumulan miles de millones.

Vivimos en un mundo en el que hay mucha gente sola. Que con las dos rodillas con necesidad de operación concurren como pueden a hacerse ver, que se toman dos colectivos para poderse atender sin que le cobren (¿se imaginan un Estado presente que cubra y ponga énfasis en estas cuestiones mayores?), que aguarda horas y horas para que le den alguna respuesta. La soledad repercute a cualquier edad y diversos ámbitos. Y allí aparece Don Omar.

Omar -ahí detrás en la foto- es el portero de un complejo ubicado en La Lucila del Mar. Está solo. Desde el primero de marzo hasta diciembre deambula en soledad por el lugar. Disfruta y se siente bien estos meses de veraneo por encontrar “con quien hablar”. Cuenta chistes. Bordea los 70 años y no faltó ocasión para que sus ojos fueran invadidos de lágrimas: su mirada se queda en el recuerdo de su mujer, con quien se separó hace un tiempo; su boca esboza maravillas de una de sus hijas que trabaja en Bariloche y se llena de bronca al hablar de la otra, a la que le “salió mala”, como él declaró; su puño se llena de rabia cundo se descarga al contar que el gobierno le dejó de pagar el viaje mensual a Mar del Plata, donde concurre a buscar su medicación.

Vivimos al revés. ¿Qué significará la soledad para quien la padece? ¿Por qué estamos solos? ¿Por qué nos sentimos solos? ¿Por qué no poca gente queda sola? Añorar algo que no se tiene o se perdió.


¿Hacia dónde vamos para que estos casos se reproduzcan en centenares de lugares? ¿Qué y quién va a salvar la vida si no son las relaciones humanas? ¿Dónde hay humanidad en un mundo en el que algunos acumulan billones y otros no pueden ser atendidos en un hospital público? ¿Dónde hay humanidad en un mundo en el que los laboratorios médicos y consultas psicológicas se hacen un festín ante tanta soledad y la necesidad de tener otro y no encontrarlo? ¿Dónde hay humanidad en el vivir con la cabeza gacha y lejos de la realidad?