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miércoles, 21 de febrero de 2018

Mara, el olvido y la sensibilidad

Un termo en la mano. Mates que iban y venía. De repente, un “mirale esas caras, es impagable”. Uff. Esa declaración de la directora de Cantoni, la escuela albergue de Huaco, llenó todo ese momento de sentido y de sensibilidad y de todo lo que nos podamos imaginar cuando miramos a los ojos. Claro, se refería a los chicos y las chicas que no paraban de hacernos correr y reír. Estábamos ahí, disfrutando, tratando de formar y de formarnos.

Nos preguntamos una y otra vez acerca de la necesitad de afecto. ¿De dónde viene? ¿Por qué? ¿Qué la transforma y cómo se transforma? ¿Qué rol cumple una sociedad, un Estado y las instituciones al momento de pensar y transformar estas cuestiones?

Ella, la de la foto, se llama Mara. Va a la escuela en Calcagno, allí donde la ruta que da al establecimiento conduce a las montañas y forman un paisaje de ensueño. ¿Por qué con algunas personas hablamos por primera vez como si las conociésemos desde antes? Eso me pasó. Eso sentí. Dicen, esbozan, vociferan por allí que antes de morirnos se nos viene a la mente los momentos y recuerdos más lindos. Y difícilmente todos estos sueños pasen de largo cuando llegue el momento.


¿O acaso cómo olvidar el “te hago las pulseritas para que me recuerdes todos los días y no me olvides más” de Mara? Quizás no hacía falta que me haga las pulseritas para no olvidarla más. O sí. O esos hilos tal vez eran una excusa para expresarse. Porque jugar, tanto como el arte y la creatividad, son modos de expresión. Y no hay que saber jugar para jugar. Hay que entender que hay otro y comprender algunas miradas. En esa comprensión existe una sensibilidad enorme. Tan enorme como lo son estos pequeños y estas pequeñas.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Huaco

Existe un lugar que te humaniza. Existe un lugar en el que mirarse a los ojos, compartir y sonreír le gana por goleada a la pantalla del celular. Existe un lugar, a 250 km. de San Juan Capital y en la frontera con Chile, que el encontrarse y abrazarse es más potente que cualquier otra cosa. Existe un lugar con una necesidad infinita de afecto y de entregar la oreja más que la palabra. En Argentina, lejos del ruido y cerca de las montañas, existe Huaco.

¿Qué será la vida si no es pensar que hay otro? ¿Qué gracia o sentido o adrenalina tendrá si no nos comprometemos? ¿Qué hacemos para transformar las injusticias en igualdad de oportunidades? ¿Estamos por el camino correcto? Huaco nos llenó el alma. Nos llenó de lágrimas y de preguntas y de angustia. Nos enseñó que “la vida está en lo simple, en el mirarse, el encontrarse”.

Huaco fue compartir ocho días con una delegación que se preocupó y ocupó. Fue descubrir personas maravillosas. Fue el “andá a mojarte la cabeza que yo te cubro”. Fue descargar y cargar con 40 grados. El abrazo en el momento justo. Pintar y arreglar. El llanto del reencuentro. El hacer depósito hasta el último día. Fue, el domingo por la noche, olvidarse de los cansancios y las excusas para separar las donaciones por escuela, bailando y sonriendo. Cuando el corazón manda, los peros importan poco.

“Fácil es entender lo nuestro; difícil, lo ajeno”.

Huaco es, ante todo, los chicos y las chicas que le dan un sentido inmenso a esta tarea. Pensar en ellos y en ellas es llenarse de vida y de angustias. A uno de ellos se lo notaba cansado y con sueño. Le preguntamos por qué no volvía a su casa para después regresar a la escuela y seguir jugando. “Porque duermo en el piso”, respondió.

¿Cómo continuar remando contra la corriente y contra un Estado ausente? Desde la gobernación ven más como un GASTO al pibe y a la piba que se queda en el albergue que como una inversión o, como mínimo, una necesidad. Apenas aportan 8 pesos por criatura. No quieren que vayan en el verano a la escuela porque para eso se necesitaría personal y sería otro GASTO. Hay algo claro: cada niño y cada niña que se queda en el albergue es porque en su casa no tiene un plato de comida. ¿Algo más? No son pocos. ¿Más? El diagnóstico de una nutricionista: “Se tienen que acostumbrar a comer”.

Huaco, con una población de alrededor de 850 personas y que año tras año se achica porque quienes pueden se van a capital a estudiar o trabajar y que no tiene altas tasas de reproducción, posee un solo hospital. Y apenas un médico, el cual está de lunes a viernes hasta las 4 de la tarde. El otro destino más cercano es Jáchal, una ciudad que queda a 40 km y una hora y media de viaje. El martes 31 de octubre les llegaron allí medicamentos pedidos hace tres meses. “Es un plan (el de Cobertura Universal) y si te quejás te lo quitan”, fue lo que contó la enfermera. Porque para quienes habitan los lugares de privilegio las personas y sus problemas no son lo primordial. Allí está la influencia de la minera, la cual derramó cianuro dos veces en el último año y tiene con una de las escuelas contrato por $4000, en el cual se detalla dónde se puede comprar y, claro, los precios están inflados. Vivimos en una contradicción constante, en un encuentro de sensaciones entre lo humano y el despojo de la vida.

El primer día de clases, luego de algunos agradecimientos, a la delegación del Mariano Acosta nos leyeron una poesía. Uno de sus versos velaba “por una sociedad más humana”.

Huaco son sus cuatro escuelas: Federico Cantoni, Buenaventura Luna, Alfredo Calcagno y Agrotécnica. Y más que cuatro estructuras edilicias. Allí hay sueños (no pocas veces truncos porque para cumplirlos es necesario irse y la situación económica no es la adecuada para eso). Y ojos que hablan. E historias de vida que merecen ser escuchadas. Hay prácticas abusivas que se repiten. Hay ausencias, como la que se encuentran en cada actividad: “no sé cómo dibujarlo a mi papa”.

En Huaco a veces las cocineras se quedan a comer en el albergue para poder llegar a fin de mes. Las maestras llegan desde Jáchal y, como no hay transporte directo, alquilan ellas mismas una combi que les cuesta 120 pesos diarios. La plata sale de sus bolsillos. Planifican doble porque trabajan en plurigrados.

Huaco fueron las empanadas y las tortas fritas. Ver las estrellas, en el campito, a las 5 de la mañana. La paz del medio ambiente, el sonido de los animales. Fue cada pulserita “para que no me olvides más”. Fue ver cómo el sol pegaba contra las montañas mientras desayunábamos o almorzábamos. Fue la pelota como puente para romper barreras. El juego como método de inclusión. Es la influencia fuerte de la Iglesia Católica y preguntarse qué función cumple más allá de una misa. Fue la confesión de la directora de Cantoni, entre lágrimas, acerca de uno de sus sueños: “La sonrisa de los chicos”.

Queda mucho por hacer. Y, como cantamos, un solo camino: “Seguir, seguir y seguir”.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Pappo, El Principito y los sueños

 Por Lucas Abbruzzese


A Malimán concurren 16 alumnos. Una combi los pasa a buscar el lunes por la mañana desde sus casas y los deja en la escuela, lugar del que se retiran el viernes por la tarde. 13 de ellos provienen de Rodeo, el pueblo más cercano, a unos 30 kilómetros. Los otros 3, de Pismanta, a 63 km. Hay tanta cantidad de cabecitas que van a la Escuela Paso de los Andes como sueños. 

“A mi me gustaría ser veterinaria”. “A mi, peluquera”. Recibí esas respuestas una noche, después de la cena, en medio de una botella que giraba para ver a quién le tocaba preguntar. En esos rostros se notaban tantas ganas de progresar como un profundo dolor, proveniente porque ya desde chiquitos les hacen conocer sus realidades. Sus verdaderas y tristes realidades: imposibilidad de irse de donde están porque económicamente no pueden, violencia física y psicológica y una cultura del alcohol de la que esas familias ninguna culpa tienen. Es que somos campeones en apuntar con el dedo pero fracasados en pensar en los motivos. ¿O cómo reaccionaríamos cada uno de nosotros si no hizo falta que cumpliéramos 10 años para que nos digan que trabajar en la mina o en la gendarmería es el único escape?

Sin embargo, allí hay sueños. ¿Pero qué son los sueños? ¿Es esa utopía de la que hablaba Eduardo Galeano para incitarnos a caminar? ¿Es lo que nos permite levantarnos todos los días? “Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a todos los sueños porque uno no se cumplió”, es lo que aporta Saint-Exupéry en El Principito y lo que quedó inmortalizado a una de las paredes de la escuela de Malimán, allí donde cada año se deja un mural. Murales para romper muros y barreras.

¿Cómo no pensar en los sueños mientras en la mente de todos quedaba ese Juntos a la Par que Pappo nos tocará por siempre? Porque si hay un par hay otro. ¿Y qué pasa cuando hay otro? ¿Preguntamos sobre lo esencial -como se quejaba El Principito- o sólo primero nos queremos saciar los prejuicios y continuar andando a la par de esta sociedad de estereotipos?

“Los ojos están ciegos, es necesario buscar con el corazón”.

Malimán

Por Lucas Abbruzzese


Malimán no tiene señal. Tampoco conoce de asfaltos ni una vida material. Pero Malimán tiene un corazón enorme. Lo que hace a un lugar son sus personas. Y en esta localidad fronteriza con Chile se hallan las descripciones de humildad, altruismo e inclusión.

Malimán está lleno de sueños. Desde la directora hasta sus 16 alumnos. Sueños que desde chicos los ven truncos porque los impedimentos económicos hacen que no puedan viajar para estudiar. La mina y la gendarmería son los dos destinos más factibles para trabajar. Sin sueños no se puede vivir, y estos chicos los tienen a pesar de las dificultades que se las dejan en claro desde sus primeros años de vida. Sus “vidas paralelas” -como nos contaron- pasan entre la escuela y la violencia de las casas, producto del despojo y la imposibilidad de crecimiento.


Es un Estado semi ausente.

Es una comunidad de alrededor de 30 personas, sin hospitales, y con el pueblito más cercano a 13 kilómetros. Es rogar que, ante una emergencia, funcione la radio zonal para que puedan comunicarse con los servicios y aguardar la llegada de una ambulancia.

Malimán no conoce de servicios de telefonía, pero sí de maestras con un corazón enorme que luchan y planifican a cada hora dentro de un contexto de plurigrados y de consecuencias de bajo rendimiento producto de las dificultades socio-afectivas.

Malimán, a casi 300 km. De Ciudad de San Juan, es la vista a la Pre-Cordillera. Es que nunca dejen de llamarte “usted” a pesar de que, durante cada hora en toda una semana, se hayan roto cientos de barreras de conocerse, de jugar, de timidez.

Malimán es que Doña Mercedes, una de las cocineras de lujo, te pregunte si querés sopa después de comer y hasta repetir. Y no sólo eso, sino que casi que se enoje por no aceptar.

Malimán es que Alejandro, una criatura hermosa y pura de 9 años, te pregunte si sus zapatillas están bien para ponérselas cuando uno aún no despegó los ojos. O que a la noche venga y te pida “noción” para ir a cenar con rico olor.

Malimán es el cuidado de la tierra. Es estar atentos constantemente a que la Barrick no derrame veneno. Quizás eso no sea lo peor, sino lo que viene después. Y eso que llega luego es que un Ministro vaya y le diga a la directora: “Tómese dos vasos de cianuro y va a ver que no le pasa nada”.

Malimán es el izamiento de la bandera con los cerros y las montañas que aún conservan nieve ese un invierno crudo de fondo.


Malimán fue -es y será- estar subidos en el techo de la iglesia antes de la medianoche, buscando formas entre las miles de estrellas y esperando esas fugaces que pasan tan rápido como el viento Zonda pega a cada momento.

Malimán fue cada guitarreada mientras el sol se escondía. Eran esos silencios con mucha música. Cada mate que circulaba con charlas, conocimiento y afectos.
Fue el abrazo en el momento justo.

Malimán fue la enseñanza de que, para hablar, siempre, antes hay que conocer. Es despojarse de cada juicio previo.

Malimán fue organizarse para deliberar cada actividad a organizar y qué paso dar. Fue entender que un grupo funciona mejor que la soledad.

Malimán fue llenarse de felicidad, de angustias, de afecto, de lágrimas, de salirse un poco de la burbuja en la que vivimos constantemente, inmersos igualmente a pesar de lo que intentemos cada día.

Fueron los “gracias”, los respetos y los tiempos.
Fue ir Juntos a la par.