Enseñar matemática es importante. Que los niños y las niñas sepan decir lo que les pasa es urgente.
La escuela no puede seguir siendo la misma que hace más de
un siglo. Ni pedagógica, ni estructural ni emocionalmente. No puede. No debe.
“Profe, necesito contarte algo que me está pasando. ¿Podemos
salir afuera un ratito?”.
Cuando la palabra circula, la participación aumenta. Y si el
hecho participativo crece le estamos poniendo un freno a un individualismo
exacerbado que crece a diario en la sociedad. ¿No es acaso la escuela el lugar
de resistencia y de vanguardia ante un sistema que nos separa más de lo que nos
une? Bueno, vengan, hagamos una ronda, decidamos, escuchémonos.
El hecho colectivo.
Tal vez la estigmatizante híper actividad no sea un mal
síntoma sino un indicador de que la escuela necesita otros horizontes. ¿Tanto
tiempo sentades? ¿Y cuándo descubrimos? ¿Cuándo experimentamos? ¿Cuándo
jugamos? ¿Cuánto jugamos? ¿Cuándo conocemos nuestro cuerpo? ¿Y si probamos con
ensuciarnos más? ¿Por qué tenemos que llegar con la ropa limpia a casa?
No podemos pasar por esta vida solo para respirar. Y parte
de vivir es preguntarnos cosas. Por eso me pregunto. Por eso le traslado las
preguntas a mis compañeres. Por eso para deconstruir el aula es necesario
preguntar, preguntar y preguntar. No siempre hay respuestas. Pero donde haya
pensamiento colectivo y deseo de transformación, allí habrá senderos que se
iluminen para transitar.
¡Qué tarea del carajo la docencia! Altas dosis de amor,
enormes dotes de sensibilidad y un abrazo a mano. No creo en las fórmulas
mágicas. Sí en una realidad que vivimos todos los días. Y esto, sin amor ni
sensibilidad ni abrazos, es inviable.
Este fue un ciclo lectivo para reconfirmar al juego como
herramienta infinita. ¿Saben lo que se siente que una persona de esas que
llamamos “metidas para adentro” no pare de sonreír mientras juega? El hecho
lúdico como pedagogía permanente. Para un contenido, para romper barreras, para
conocernos, para conocer nuestro cuerpo, para poder expresarnos, para escuchar
lo que se expresa, para conocer.
“Lo que se olvida se repite”.
Aprendí que el aula te exige estar alerta todo el tiempo. A
las miradas, a las sonrisas, a los ojos caídos. A quién participa y quién no.
Al hermoso desafío de saber qué motiva a cada une. “Profe, el año que viene
queremos seguir con la ronda de lectores y lectoras”. Porque mientras hay
discursos que establecen que los pibes y las pibas no leen, puedo responderles
que las ganas están, la curiosidad es alta y la inquietud es permanente.
La actividad más humana del mundo. O –mejor- la que requiere
una humanidad infinita.
Fue confirmar que aprendemos a la par. Que les docentes
aprendemos tanto o más que lo que aprenden les alumnes. Sin ida y vuelta, la
actividad se vuelva sumamente difícil. ¡Qué hermosa sensación la de construir
juntes un significado, un contenido, un concepto!
El aula como hecho e intercambio cultural. María Elena Walsh y su mundo infinito. Gustavo Roldán y su “correr mundo”. Los pueblos originarios. La Wiphala. León Gieco. La Negra Sosa. El juego de la silla cooperativo. “Somos un equipo”. No somos les mismes que en febrero. Creo que un poquito mejores.