Jugar rompe barreras.
Jugar todo el tiempo, de eso se trata. Y no precisamente
jugar para pasar el tiempo, sino pasar el tiempo jugando. Es levantarse y que
Ale te tire, como si nada, “¿hoy vamos a volver a jugar?”. O que Eri, en medio
de una charla, pare y te pregunte “¿sabés jugar a…?”. Y que Néstor, casi como
una piedra, no sonría salvo hasta que se comenzaba un partido de ping pong. O,
también, cuando las chicas te pedían bailar o te desafiaban. El baile tiene que
ver con lo lúdico.
Es que los ratos valen más cuando se juega. No se trata solo
de moverse un rato: en el juego hay una combinación de creatividad, imaginación,
contextos y risas que son insuperables. Es apreciar y entender que hay un otro,
que se puede perder, que hay que aprender a caer para crecer. Que ir en equipo
es mejor que ir solo. O, al menos, Juntos a la par.
Jugar y Malimán van de la mano, son como dos amigos
inseparables que están todo el tiempo conectados. Se necesitan mutuamente. Es
olvidarse por muchos ratos de esas realidades difíciles, de esas violencias que
opacan sus creatividades y no permiten florecer esas sonrisas que valen y dicen
mucho.
Jugar es no olvidarse nunca de que jamás dejamos de ser
niños.
¿Será que los alumnos en las aulas se aburren cada vez más
porque se juega cada vez menos? ¿Será que el futbolista, dentro de su
profesionalidad, se ha olvidado de disfrutar porque ya no está eso de “vamos a
jugar a la pelota” y si ir a trabajar? Pensar, reflexionar sobre la palabra
jugar. Es inclusión, es que el tiempo pase pero en realidad no, es compartir,
es amistad. Amistad. Eso. ¿Cuántos amigos nos hicimos por jugar? ¿Cuántos por
permanecer a un mismo club?
Me permito un paréntesis. Permítanmelo: Ale, mirá la foto,
ni Jesús nos pudo alcanzar esa tarde en el juego de la silla. Este año, te lo
aseguro, les damos revancha. Mis hombros extrañan enormemente tus “dale Luca,
subime”.
Malimán, ese pueblito casi perdido entre montañas y la
Precordillera, es entender que el juego es sinónimo de risa. Porque hay que ver
sonreír a esos chicos. Pff. Hace falta reír más para sobreponernos a muchas
cuestiones. Y muchas veces no encontramos excusas más que el juego para que los
labios se expandan y los cachetes se inflen. Es que, claro, estamos jugando.