sábado, 11 de noviembre de 2017

Huaco

Existe un lugar que te humaniza. Existe un lugar en el que mirarse a los ojos, compartir y sonreír le gana por goleada a la pantalla del celular. Existe un lugar, a 250 km. de San Juan Capital y en la frontera con Chile, que el encontrarse y abrazarse es más potente que cualquier otra cosa. Existe un lugar con una necesidad infinita de afecto y de entregar la oreja más que la palabra. En Argentina, lejos del ruido y cerca de las montañas, existe Huaco.

¿Qué será la vida si no es pensar que hay otro? ¿Qué gracia o sentido o adrenalina tendrá si no nos comprometemos? ¿Qué hacemos para transformar las injusticias en igualdad de oportunidades? ¿Estamos por el camino correcto? Huaco nos llenó el alma. Nos llenó de lágrimas y de preguntas y de angustia. Nos enseñó que “la vida está en lo simple, en el mirarse, el encontrarse”.

Huaco fue compartir ocho días con una delegación que se preocupó y ocupó. Fue descubrir personas maravillosas. Fue el “andá a mojarte la cabeza que yo te cubro”. Fue descargar y cargar con 40 grados. El abrazo en el momento justo. Pintar y arreglar. El llanto del reencuentro. El hacer depósito hasta el último día. Fue, el domingo por la noche, olvidarse de los cansancios y las excusas para separar las donaciones por escuela, bailando y sonriendo. Cuando el corazón manda, los peros importan poco.

“Fácil es entender lo nuestro; difícil, lo ajeno”.

Huaco es, ante todo, los chicos y las chicas que le dan un sentido inmenso a esta tarea. Pensar en ellos y en ellas es llenarse de vida y de angustias. A uno de ellos se lo notaba cansado y con sueño. Le preguntamos por qué no volvía a su casa para después regresar a la escuela y seguir jugando. “Porque duermo en el piso”, respondió.

¿Cómo continuar remando contra la corriente y contra un Estado ausente? Desde la gobernación ven más como un GASTO al pibe y a la piba que se queda en el albergue que como una inversión o, como mínimo, una necesidad. Apenas aportan 8 pesos por criatura. No quieren que vayan en el verano a la escuela porque para eso se necesitaría personal y sería otro GASTO. Hay algo claro: cada niño y cada niña que se queda en el albergue es porque en su casa no tiene un plato de comida. ¿Algo más? No son pocos. ¿Más? El diagnóstico de una nutricionista: “Se tienen que acostumbrar a comer”.

Huaco, con una población de alrededor de 850 personas y que año tras año se achica porque quienes pueden se van a capital a estudiar o trabajar y que no tiene altas tasas de reproducción, posee un solo hospital. Y apenas un médico, el cual está de lunes a viernes hasta las 4 de la tarde. El otro destino más cercano es Jáchal, una ciudad que queda a 40 km y una hora y media de viaje. El martes 31 de octubre les llegaron allí medicamentos pedidos hace tres meses. “Es un plan (el de Cobertura Universal) y si te quejás te lo quitan”, fue lo que contó la enfermera. Porque para quienes habitan los lugares de privilegio las personas y sus problemas no son lo primordial. Allí está la influencia de la minera, la cual derramó cianuro dos veces en el último año y tiene con una de las escuelas contrato por $4000, en el cual se detalla dónde se puede comprar y, claro, los precios están inflados. Vivimos en una contradicción constante, en un encuentro de sensaciones entre lo humano y el despojo de la vida.

El primer día de clases, luego de algunos agradecimientos, a la delegación del Mariano Acosta nos leyeron una poesía. Uno de sus versos velaba “por una sociedad más humana”.

Huaco son sus cuatro escuelas: Federico Cantoni, Buenaventura Luna, Alfredo Calcagno y Agrotécnica. Y más que cuatro estructuras edilicias. Allí hay sueños (no pocas veces truncos porque para cumplirlos es necesario irse y la situación económica no es la adecuada para eso). Y ojos que hablan. E historias de vida que merecen ser escuchadas. Hay prácticas abusivas que se repiten. Hay ausencias, como la que se encuentran en cada actividad: “no sé cómo dibujarlo a mi papa”.

En Huaco a veces las cocineras se quedan a comer en el albergue para poder llegar a fin de mes. Las maestras llegan desde Jáchal y, como no hay transporte directo, alquilan ellas mismas una combi que les cuesta 120 pesos diarios. La plata sale de sus bolsillos. Planifican doble porque trabajan en plurigrados.

Huaco fueron las empanadas y las tortas fritas. Ver las estrellas, en el campito, a las 5 de la mañana. La paz del medio ambiente, el sonido de los animales. Fue cada pulserita “para que no me olvides más”. Fue ver cómo el sol pegaba contra las montañas mientras desayunábamos o almorzábamos. Fue la pelota como puente para romper barreras. El juego como método de inclusión. Es la influencia fuerte de la Iglesia Católica y preguntarse qué función cumple más allá de una misa. Fue la confesión de la directora de Cantoni, entre lágrimas, acerca de uno de sus sueños: “La sonrisa de los chicos”.

Queda mucho por hacer. Y, como cantamos, un solo camino: “Seguir, seguir y seguir”.