Por Lucas
Abbruzzese
¿Quién vociferó y
aseguró y hasta ninguneó que la amistad entre el hombre y la mujer no existe? ¿Quién
habrá instalado esa absurda tesis?
Hay un fiel –y vaya
si es fiel- ejemplo que desarma cualquier teoría casi que impuesta y que pone
allá arriba eso de ser amigos entre sexos opuestos: el hombre es feliz con LA pelota
a su lado. Ella, claro, suena a femenino. Así se usa. También se podría
utilizar el balón, la bocha, la redonda, el esférico…Jamás dejará de ser la
pelota.
Con un Xavi siempre
irá a ese lugar indicado y tendrá constantemente noción del contexto. Con un
Ronaldinho se divertirá como con pocos. Con un Messi gozará cada tres días.
La pelota, cada
vez con un lazo afectivo más fuerte con las mujeres que se involucran a jugar, es
una amiga. O así debería serlo: en la cancha, en la playa, en el fondo de una
casa o en cualquier espacio que se juegue con ella. Porque de eso se trata: de
un hecho lúdico que hay que recuperar. Nunca te abandona. No tiene la culpa del
desprecio que le propinan los desalmados que la revolean. Tampoco debe ser
señalada cuando no va a destino.
Hay amistades más
fuertes que otras. Sin dudas, la pelota ha sido tan amiga como hermana de los
tipos como Juan Román Riquelme o Andrés Iniesta. La pisan, la amasan y no por
desprecio; sino porque la cuidan, la cobijan, le dan rienda suelta a la
creatividad y felicidad. Nunca fue amigable, ni tuvo ganas, con aquellos que la
tratan como si fuese rugby.
Lo que sí está
claro es que ella, la pelota, manda. Es la dueña en la relación, cuyos
integrantes no tienen por qué ser dos. Atrevida, imprevisible y caprichosa no
llega cualquiera a afrontar una relación. Exige buena calidad, tanto debajo de
la autopista como en las mejores canchas del mundo. Al menos en el rectángulo
de juego. Porque afuera habrá infinidad de cuestiones para establecer
amiguismo. Porque el deporte logra eso.
Feliz día,
pelota. Gracias por tanto y, a veces, perdón por tan poco.