miércoles, 30 de noviembre de 2016

Mandela, el hombre que unió a través del deporte

Gracias a la Copa del Mundo de Rugby de 1995, evitó una guerra civil en su país. "Se dio cuenta de que el deporte podía producir un sentimiento de unidad entre los sudafricanos", cuenta Porta, por entonces embajador argentino en su país. Un recuerdo de Nelson Mandela, el ex presidente que falleció a los 95 años y entendió como pocos al deporte como herramienta de transformación.


"Logró seducir a sus enemigos en el país más dividido del mundo. El rugby hizo que blancos y negros peleasen por un objetivo en común". De esta manera, una de las más resonantes y que mejor muestra al líder revolucionario, lo describe John Carlín, periodista inglés que estuvo muy cerca de Nelson Mandela en la transformación sudafricana, como enviado del diario The Independent.

El comunicador, años más tarde, escribió el libro El factor Humano, cuyo contenido retrata a la perfección la forma y el cómo el ex mandatario logró conquistar a una nación a través del deporte.

Estuvo 27 años como preso político. El 11 de febrero de 1990 salió en libertad y un año más tarde logró que se votase la derogación del Apartheid, la ley que desde 1948 prohibía, entre otras cosas, que los negros votasen y que circulasen libremente por las calles de la República de Sudáfrica, y cuyo significado es separación. Mandela, el 10 de mayo de 1994, juró como presidente sudafricano, convirtiéndose así en el primer mandatario negro del país.

Una de las primeras decisiones que tomó fue citar en su despacho a Francois Pienaar, el entonces capitán de los Springboks, equipo sudafricano de rugby. Le expresó, ante  la sorpresa del rugbier, que tenía todo su apoyo. La escena quedó plasmada en la película Invictus; basada en el libro de Carlín y estrenada en 2009. El film muestra a Mandela antes, durante y después de la obtención del título de Sudáfrica del Mundial de Rugby de 1995, del cual fue el anfitrión. "El deporte tiene el poder de cambiar al mundo, la capacidad de inspirar y unir a las personas de un modo que pocos consiguen", fue una de sus frases que expresó Morgan Freeman, actor que encarnó al ex presidente, una de las figuras más resonantes del Siglo XX.

Uno de los primeros pasos deportivos que dio Sudáfrica para mostrarle al mundo que algo estaba cambiando fue volver a los Juegos Olímpicos luego de 32 años. Fue en los de Barcelona 1992, en los cuales obtuvo dos medallas. Pero el Mundial de Rugby fue el hecho de unión que causó que en Sudáfrica no se ejecutase una Guerra Civil, estado al que se había llegado porque el gobierno anterior a Mandela apoyó y creó el Inkatha, un movimiento de conflicto bélico que causaba que los negros se matasen entre ellos en los diversos guetos, con la Policía como principal cómplice. "Una vez tras otra se repetía la historia. Los agentes confiscaban armas a los nuestros y al día siguiente la gente de Inkatha nos atacaba con esas mismas armas", recordó en varias situaciones el expresidente.

El deporte de la ovalada era tomado como un símbolo de la opresión hacia los negros, quienes no querían que su seleccionado ganase debido a la representación blanca que tenía. De hecho, Chester Williams era el único negro integrante del plantel que ganó el Mundial. En la semifinal del certamen se produjo un vuelco: tras el triunfo agónico contra la poderosa Francia, los negros estaban más felices y contentos que los blancos. La posterior victoria en la final contra Nueva Zelanda hizo florecer la unidad y que no sólo Sudáfrica sea campeón de un deporte, sino que se consagrase el fin de una época de diferencias, de creer en diferencias de razas. "Fue el día más feliz de su día, más que cuando salió de la cárcel", aseguró Carlin.

Mandela no quería un Apartheid para blancos, sino la unidad de todos para sacar al territorio africano adelante y vencer a la discriminación y al racismo. Jamás quiso que los negros obtuviesen más beneficios que los blancos, sino que todos fueran iguales ante la ley y tuvieran las mismas posibilidades. Un humanista que enseñó. Desde esa mentalidad creció su popularidad y logró convencer a los demás de que ganarle a las diferencias era tener un fin común. Adolf Hitler había utilizado los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 para hacer propaganda del partido Nazi. Los militares argentinos que tomaron el poder utilizaron el Mundial de Fútbol de 1978 para "mostrarle al mundo que somos derechos y humanos". Mandela fue el hombre que usó al deporte para la unificación y sacar el mejor rédito para una nación. Por eso su legado sobrevivirá para siempre.

Mandela y la Argentina


Hugo Porta, uno de los mejores jugadores en la historia de Los Pumas, fue nombrado por Carlos Menem, entonces presidente argentino, como embajador extraordinario desde 1991 a 1995 para volver a entablar relaciones con Sudáfrica, desechas en 1986 en repudio al Apartheid. Y el deporte, otra vez, se anotó como actor principal. "A mí me tocó restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países. Fue un honor. Lo acepté porque creía que podía aportar algo. Tuve la posibilidad y el privilegio de vivir los cuatro años de transición y el cambio fundamental del país que es Sudáfrica hoy", aseguro Porta al ser consultado.

"No hay ninguna duda de que Mandela ha tenido una inteligencia privilegiada. Se dio cuenta de que el deporte podía producir un sentimiento de unidad entre los sudafricanos. Un ejemplo de ello y de la unidad que quería fue el mensaje que él manda entrando en la final de la Copa del Mundo con la camiseta número 6 de los Springboks, que era un emblema blanco", expresó el que fuera uno de los más grandes aperturas nacionales.

En 1994 Los Pumas viajaron a Sudáfrica para una serie de partidos contra los Springboks. Un año más tarde, el 13 de mayo de 1995, se organizó un partido de fútbol en Johannesburgo, en el cual Argentina y Sudáfrica igualaron 1-1 con un gol de penal de Marcelo Gallardo. "El amistoso fue muy importante porque celebramos el primer aniversario como mandatario y porque se jugó en el estadio Ellis Park, un bastión de los blancos. Los deportistas argentinos siempre son embajadores. Fuimos nosotros lo que propusimos hacerlo", agregó el exembajador, quien contó cómo mantiene su relación con el revolucionario tras los vínculos diplomáticos: "La sigo teniendo porque soy miembro del Laureus, una Academia Nacional del Deporte de la cual Mandela es presidente honorario y que tiene como función usar al deporte como una herramienta de cambio social".

martes, 22 de noviembre de 2016

La regla, la sonrisa y las enseñanzas

¿Cómo se hace para vivir con una sonrisa? ¿Será esa edad de fantasía? ¿Es que con tan solo 9 años nos está enseñando que la verdadera felicidad pasa por el compartir y el sentir y el querer y pensar en el de al lado? ¿Cómo una personita puede estar tan activa, durante todo un día, insistiendo para jugar y mostrarse? ¿Será que nos recuerda, repito, con tan solo 9 años, que en la era de las tecnologías y las cabezas gachas es mejor mirarte a los ojos en vez de estar conectado a una pantalla inútilmente? Ahí está Alejandro, el gran personaje de Malimán.

De ojos altones y una sonrisa que no le cabe en la cara, “El Ale” no conoce de timideces ni vergüenzas. Pareciera que vive más allá de lo que suceda a su alrededor. Jamás se prohíbe un comentario, una opinión o una acotación. Es el centro. El que no paró de vacilar la última noche, entre bailes y revoleo de manos, con anteojos y ante cada canción y su movimiento contagioso. Porque no solo él reía, sino que nos contagiaba.

“A”, “GU”, “GA”. Una y otra vez -y otra vez también- hasta que por fin conectó letras para formar “AGUA”. La seño Susana había escrito esa palabra en el pizarrón. Y Ale, quien figura estar en segundo grado pero recibe una enseñanza como para un alumno de primero, tardó en descifrarla. Los chicos llevan consigo problemas socio-afectivos que se traducen en trabas a la hora de desarrollarse cognitivamente para aprender como se desea. No es que no pueden, sí. Solo bastaba con que se lea un comunicado a la mañana o un cuento en el aula para que este gran pequeño fuese el primero en participar y explicar lo leído. Una capacidad de atención e interpretación asombrosa.

Como para replantearse dónde buscar soluciones a los problemas.

Ale fue el del respeto. El que se quedó hasta el final de la actividad en la que se les enseñó y contó El Principito, esa brillante obra para cualquier edad y momento. El que, con apenas unas horas de habernos conocido, preguntó si tenía “noción”. Quería oler bien antes de ir a cenar. Después, claro, no hacía falta que me volviera a pedir. Sabía que él estaba mirándome detrás, con esos ojos altones que se volvían más grandes aún, esperando que le ofrezca.

“¿Están bien?”, me preguntó el martes de esa semana en la que compartimos no solo espacio sino hasta charlas que fueron más allá de las barreras que nos imponen. Se refería a las zapatillas. Uno aún no había despegado los ojos. Pero él ya estaba ahí, enchufado a mil y advirtiéndonos que su presencia era sinónimo de demanda. No de esas demandas del mercado, sino humana, de cercanía, de demostrarle cariño. De que se sienta un niño. Un niño. Y repetimos “un niño”. Y pensamos: ¿cuántos niños se sentirán realmente niños en un sistema que los trata como objetos y meros consumistas?

No hacía falta que se terminara de poner la red de vóley para exigir que lo suban a caballito y así estar alto. Y claro: disfrutaba cada pelota. Se quedó con una regla, de esas modernas que se doblan como si fueran de goma. Quedamos en que no era para él, sino para que la usen todos. Su recepción fue una mirada fija y un apretón de manos. No tengo dudas de que ahora la deben estar usando todos.


Para el año que viene les daremos revancha en el juego de la silla. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

El talento oculto y el abrazo pendiente


¿Qué es la creatividad? ¿Y la imaginación? ¿Proviene de algo que llevamos dentro o es natural? ¿Tiene que ver con lo innato? ¿Y no podemos pensar que quizás sean cuestiones que tenemos reprimidas que necesitan ser reflejadas en un papel o en el juego o en algún aspecto de la vida que compense esa falta de algo?

“Con esto”, me respondió. Eric estaba tirado en la cama, entre pensando y angustiado, antes de la última cena. Consigo, y una mirada que se notaba profunda, llevaba un cuaderno. “¿Puedo?”, le pregunté para leerlo. Sin mirarme ni responderme me lo cedió. Una agenda o libreta o como quieran ponerle estaba llena de poemas, de descripciones, de declaraciones, de frases de canciones. De sensaciones y sentimientos.

¿Pero cómo había hecho para escribir todo eso? ¿De dónde le salió? ¿De dónde lo habrá sacado? Cuánta ingenuidad. Aquel “con esto” con el que se comenzó el párrafo anterior hace alusión a su mano izquierda llevada al corazón, desde donde provenía cada frase, cada palabra, cada imaginación para esa infinidad de letras. Un talento oculto. Oculto, no para él, sino para alguna comunidad o un gran público que desconoce que esta personita, perteneciente a una familia conformada por 10 personas, posee una capacidad digna para desprenderse de cualquier tipo de prejuicio.

“Nunca pares de escribir. Tampoco de soñar ni de imaginar. No le temas a la hoja en blanco, escribite palabras sueltas y vas a ver que vas a crear una gran historia”.

Nunca quise ser parte de esos ojos vidriosos con los que Eric me miraba en esa habitación, en el fondo de la escuela de Malimán. Es difícil poder controlar esas sensaciones que van más allá de uno. Eri, uno de los tres varones que concurren al colegio albergue Paso de los Andes, es un ser humano lleno de ideas y de ganas de jugar.

Nunca faltó ocasión para que, de mesa a mesa, nos mirásemos y, sin decirnos nada, ya saber que apenas nos levantáramos nos esperaba un partido de ping pong o un partido de fútbol. Lo admito: no hacíamos buena pareja en el llamado tenis de mesa. ¡Pero qué nos importaba! No le gustaba perder a nada (¿a quién sí?), pero los momentos vividos van más allá de cualquier derrota o victoria pasajera.

Ah, también es el que quiere siempre hacer los puntos en el vóley. Qué egoísta, le gritábamos. Nos devolvía todo con una carcajada.

La pelotita iba y venía como esas sonrisas que quedarán por siempre en ese comedor de encuentros, charlas y emociones. 


No pudimos despedirnos. Se fue a acostar en silencio ese ya viernes por la madrugada luego de bailes y timideces y comida de lujo y se tuvo que levantar a las 4 de la mañana porque una conmemoración en Ciudad de San Juan lo esperaba. No sé de cuántas cosas estamos seguros en la vida. Pero hay una de la que sí: de que ese abrazo que nos quedó pendiente, de despedida y de “gracias”, nos lo vamos a dar para dar paso a otras historias y más momento.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Pappo, El Principito y los sueños

 Por Lucas Abbruzzese


A Malimán concurren 16 alumnos. Una combi los pasa a buscar el lunes por la mañana desde sus casas y los deja en la escuela, lugar del que se retiran el viernes por la tarde. 13 de ellos provienen de Rodeo, el pueblo más cercano, a unos 30 kilómetros. Los otros 3, de Pismanta, a 63 km. Hay tanta cantidad de cabecitas que van a la Escuela Paso de los Andes como sueños. 

“A mi me gustaría ser veterinaria”. “A mi, peluquera”. Recibí esas respuestas una noche, después de la cena, en medio de una botella que giraba para ver a quién le tocaba preguntar. En esos rostros se notaban tantas ganas de progresar como un profundo dolor, proveniente porque ya desde chiquitos les hacen conocer sus realidades. Sus verdaderas y tristes realidades: imposibilidad de irse de donde están porque económicamente no pueden, violencia física y psicológica y una cultura del alcohol de la que esas familias ninguna culpa tienen. Es que somos campeones en apuntar con el dedo pero fracasados en pensar en los motivos. ¿O cómo reaccionaríamos cada uno de nosotros si no hizo falta que cumpliéramos 10 años para que nos digan que trabajar en la mina o en la gendarmería es el único escape?

Sin embargo, allí hay sueños. ¿Pero qué son los sueños? ¿Es esa utopía de la que hablaba Eduardo Galeano para incitarnos a caminar? ¿Es lo que nos permite levantarnos todos los días? “Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a todos los sueños porque uno no se cumplió”, es lo que aporta Saint-Exupéry en El Principito y lo que quedó inmortalizado a una de las paredes de la escuela de Malimán, allí donde cada año se deja un mural. Murales para romper muros y barreras.

¿Cómo no pensar en los sueños mientras en la mente de todos quedaba ese Juntos a la Par que Pappo nos tocará por siempre? Porque si hay un par hay otro. ¿Y qué pasa cuando hay otro? ¿Preguntamos sobre lo esencial -como se quejaba El Principito- o sólo primero nos queremos saciar los prejuicios y continuar andando a la par de esta sociedad de estereotipos?

“Los ojos están ciegos, es necesario buscar con el corazón”.

La humildad como bandera

Por Lucas Abbruzzese

“¿De qué cuadro sos?”, atiné a preguntarle ese sábado a la tarde en el que llegamos. Había, no por obligación sino por necesidad, que comenzar a romper hielos. “De River”, me contestó, con ese SH característico de ellos que reemplaza a cada R que pronuncian. Fue el inicio de una relación que se forjó a cada minuto, desde que arribamos a Malimán hasta ese duro viernes al mediodía en el que nos fuimos llenos de lágrimas y de vivencias y de mimos para despertarnos y salir de la burbuja de la capital.

Él es Néstor. Tiene 20 años y no lo anda gritando por la vida, pero lleva como bandera a la humildad. Porque, siempre, al final son tus actos los que te definen. Concurre a la escuela sólo una semana al año: cuando viaja la delegación del Mariano Acosta, en octubre. Su casa, ubicada detrás colegio albergue Paso de los Andes, es donde está su vida cotidiana, entre el cuidado de los animales y la tierra. Vive con su abuela y una tía y descansa poco.

Más allá de que podamos pensar -o no- en la explotación de su trabajo, Néstor quiere irse de ahí. Su anhelo es irse de ese pueblo ubicado a más de 300 kilómetros de la Ciudad de San Juan para armar una vida acá. Sí, acá, en este manicomio al que ya vino dos veces. “Los quiero ver a ustedes todos los días y trabajar de lo que sea en el Mariano Acosta y ayudar en el proyecto”. No hicieron falta más palabras, en una larga y tan hermosa como dura charla que tuvimos antes de la última cena, para que cada rincón de nuestra sensibilidad se tocara y movilizara.

¿Dónde está la presencia del Estado? ¿Y si armamos un sistema de becas y oportunidades? ¿Y si entendemos que Malimán no hay uno solo, sino cientos a lo largo y ancho del país?

Una piedra parecía. No lo podíamos hacer reír con nada. Competitivo como pocas personas que conozco, cada partido de ping pong que jugábamos era motivo de un ida y vuelta -no sólo de la pelotita blanca- entre chicanas y sonrisas. El juego, JUGAR, era un escape de lo rutinario. ¡Hasta se llegó a tentar de risa en un puntazo que hicimos! Era como un niño.

A la mañana siguiente de cada partido que jugó River me busca para esbozarme “ganamos”. Anhela conocer la cancha, el museo y a los jugadores.

Tiene completo hasta tercer año del secundario y cada consejo -lejos de la soberbia y cerca de ayudar- era para que, al irnos, estudiara y leyera y se formara. Que solo así podía aspirar a algo mejor. Tiene una voluntad de hierro y seguro que lo va a hacer. Como todos, sus sueños lo movilizan más que el día a día. “Ir a dar charlas de lo que pasa acá, cómo es el clima y la tierra, estudiar algo que me guste”. Porque no sólo hay que escucharlo, sino verle cada gesto y esos ojos que piensan en cada palabra que tira y las ansias de rearmarse.

Nos mostró cada rincón de la escuela y de la zona, el río y hablaba de lo peligroso de la Pre-Cordillera, producto de algunas especies que viven allí. Ahora debe estar cuidando a sus animales. Y ojalá que con más sueños para levantarse.

Malimán

Por Lucas Abbruzzese


Malimán no tiene señal. Tampoco conoce de asfaltos ni una vida material. Pero Malimán tiene un corazón enorme. Lo que hace a un lugar son sus personas. Y en esta localidad fronteriza con Chile se hallan las descripciones de humildad, altruismo e inclusión.

Malimán está lleno de sueños. Desde la directora hasta sus 16 alumnos. Sueños que desde chicos los ven truncos porque los impedimentos económicos hacen que no puedan viajar para estudiar. La mina y la gendarmería son los dos destinos más factibles para trabajar. Sin sueños no se puede vivir, y estos chicos los tienen a pesar de las dificultades que se las dejan en claro desde sus primeros años de vida. Sus “vidas paralelas” -como nos contaron- pasan entre la escuela y la violencia de las casas, producto del despojo y la imposibilidad de crecimiento.


Es un Estado semi ausente.

Es una comunidad de alrededor de 30 personas, sin hospitales, y con el pueblito más cercano a 13 kilómetros. Es rogar que, ante una emergencia, funcione la radio zonal para que puedan comunicarse con los servicios y aguardar la llegada de una ambulancia.

Malimán no conoce de servicios de telefonía, pero sí de maestras con un corazón enorme que luchan y planifican a cada hora dentro de un contexto de plurigrados y de consecuencias de bajo rendimiento producto de las dificultades socio-afectivas.

Malimán, a casi 300 km. De Ciudad de San Juan, es la vista a la Pre-Cordillera. Es que nunca dejen de llamarte “usted” a pesar de que, durante cada hora en toda una semana, se hayan roto cientos de barreras de conocerse, de jugar, de timidez.

Malimán es que Doña Mercedes, una de las cocineras de lujo, te pregunte si querés sopa después de comer y hasta repetir. Y no sólo eso, sino que casi que se enoje por no aceptar.

Malimán es que Alejandro, una criatura hermosa y pura de 9 años, te pregunte si sus zapatillas están bien para ponérselas cuando uno aún no despegó los ojos. O que a la noche venga y te pida “noción” para ir a cenar con rico olor.

Malimán es el cuidado de la tierra. Es estar atentos constantemente a que la Barrick no derrame veneno. Quizás eso no sea lo peor, sino lo que viene después. Y eso que llega luego es que un Ministro vaya y le diga a la directora: “Tómese dos vasos de cianuro y va a ver que no le pasa nada”.

Malimán es el izamiento de la bandera con los cerros y las montañas que aún conservan nieve ese un invierno crudo de fondo.


Malimán fue -es y será- estar subidos en el techo de la iglesia antes de la medianoche, buscando formas entre las miles de estrellas y esperando esas fugaces que pasan tan rápido como el viento Zonda pega a cada momento.

Malimán fue cada guitarreada mientras el sol se escondía. Eran esos silencios con mucha música. Cada mate que circulaba con charlas, conocimiento y afectos.
Fue el abrazo en el momento justo.

Malimán fue la enseñanza de que, para hablar, siempre, antes hay que conocer. Es despojarse de cada juicio previo.

Malimán fue organizarse para deliberar cada actividad a organizar y qué paso dar. Fue entender que un grupo funciona mejor que la soledad.

Malimán fue llenarse de felicidad, de angustias, de afecto, de lágrimas, de salirse un poco de la burbuja en la que vivimos constantemente, inmersos igualmente a pesar de lo que intentemos cada día.

Fueron los “gracias”, los respetos y los tiempos.
Fue ir Juntos a la par.