sábado, 12 de noviembre de 2016

Pappo, El Principito y los sueños

 Por Lucas Abbruzzese


A Malimán concurren 16 alumnos. Una combi los pasa a buscar el lunes por la mañana desde sus casas y los deja en la escuela, lugar del que se retiran el viernes por la tarde. 13 de ellos provienen de Rodeo, el pueblo más cercano, a unos 30 kilómetros. Los otros 3, de Pismanta, a 63 km. Hay tanta cantidad de cabecitas que van a la Escuela Paso de los Andes como sueños. 

“A mi me gustaría ser veterinaria”. “A mi, peluquera”. Recibí esas respuestas una noche, después de la cena, en medio de una botella que giraba para ver a quién le tocaba preguntar. En esos rostros se notaban tantas ganas de progresar como un profundo dolor, proveniente porque ya desde chiquitos les hacen conocer sus realidades. Sus verdaderas y tristes realidades: imposibilidad de irse de donde están porque económicamente no pueden, violencia física y psicológica y una cultura del alcohol de la que esas familias ninguna culpa tienen. Es que somos campeones en apuntar con el dedo pero fracasados en pensar en los motivos. ¿O cómo reaccionaríamos cada uno de nosotros si no hizo falta que cumpliéramos 10 años para que nos digan que trabajar en la mina o en la gendarmería es el único escape?

Sin embargo, allí hay sueños. ¿Pero qué son los sueños? ¿Es esa utopía de la que hablaba Eduardo Galeano para incitarnos a caminar? ¿Es lo que nos permite levantarnos todos los días? “Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a todos los sueños porque uno no se cumplió”, es lo que aporta Saint-Exupéry en El Principito y lo que quedó inmortalizado a una de las paredes de la escuela de Malimán, allí donde cada año se deja un mural. Murales para romper muros y barreras.

¿Cómo no pensar en los sueños mientras en la mente de todos quedaba ese Juntos a la Par que Pappo nos tocará por siempre? Porque si hay un par hay otro. ¿Y qué pasa cuando hay otro? ¿Preguntamos sobre lo esencial -como se quejaba El Principito- o sólo primero nos queremos saciar los prejuicios y continuar andando a la par de esta sociedad de estereotipos?

“Los ojos están ciegos, es necesario buscar con el corazón”.

La humildad como bandera

Por Lucas Abbruzzese

“¿De qué cuadro sos?”, atiné a preguntarle ese sábado a la tarde en el que llegamos. Había, no por obligación sino por necesidad, que comenzar a romper hielos. “De River”, me contestó, con ese SH característico de ellos que reemplaza a cada R que pronuncian. Fue el inicio de una relación que se forjó a cada minuto, desde que arribamos a Malimán hasta ese duro viernes al mediodía en el que nos fuimos llenos de lágrimas y de vivencias y de mimos para despertarnos y salir de la burbuja de la capital.

Él es Néstor. Tiene 20 años y no lo anda gritando por la vida, pero lleva como bandera a la humildad. Porque, siempre, al final son tus actos los que te definen. Concurre a la escuela sólo una semana al año: cuando viaja la delegación del Mariano Acosta, en octubre. Su casa, ubicada detrás colegio albergue Paso de los Andes, es donde está su vida cotidiana, entre el cuidado de los animales y la tierra. Vive con su abuela y una tía y descansa poco.

Más allá de que podamos pensar -o no- en la explotación de su trabajo, Néstor quiere irse de ahí. Su anhelo es irse de ese pueblo ubicado a más de 300 kilómetros de la Ciudad de San Juan para armar una vida acá. Sí, acá, en este manicomio al que ya vino dos veces. “Los quiero ver a ustedes todos los días y trabajar de lo que sea en el Mariano Acosta y ayudar en el proyecto”. No hicieron falta más palabras, en una larga y tan hermosa como dura charla que tuvimos antes de la última cena, para que cada rincón de nuestra sensibilidad se tocara y movilizara.

¿Dónde está la presencia del Estado? ¿Y si armamos un sistema de becas y oportunidades? ¿Y si entendemos que Malimán no hay uno solo, sino cientos a lo largo y ancho del país?

Una piedra parecía. No lo podíamos hacer reír con nada. Competitivo como pocas personas que conozco, cada partido de ping pong que jugábamos era motivo de un ida y vuelta -no sólo de la pelotita blanca- entre chicanas y sonrisas. El juego, JUGAR, era un escape de lo rutinario. ¡Hasta se llegó a tentar de risa en un puntazo que hicimos! Era como un niño.

A la mañana siguiente de cada partido que jugó River me busca para esbozarme “ganamos”. Anhela conocer la cancha, el museo y a los jugadores.

Tiene completo hasta tercer año del secundario y cada consejo -lejos de la soberbia y cerca de ayudar- era para que, al irnos, estudiara y leyera y se formara. Que solo así podía aspirar a algo mejor. Tiene una voluntad de hierro y seguro que lo va a hacer. Como todos, sus sueños lo movilizan más que el día a día. “Ir a dar charlas de lo que pasa acá, cómo es el clima y la tierra, estudiar algo que me guste”. Porque no sólo hay que escucharlo, sino verle cada gesto y esos ojos que piensan en cada palabra que tira y las ansias de rearmarse.

Nos mostró cada rincón de la escuela y de la zona, el río y hablaba de lo peligroso de la Pre-Cordillera, producto de algunas especies que viven allí. Ahora debe estar cuidando a sus animales. Y ojalá que con más sueños para levantarse.

Malimán

Por Lucas Abbruzzese


Malimán no tiene señal. Tampoco conoce de asfaltos ni una vida material. Pero Malimán tiene un corazón enorme. Lo que hace a un lugar son sus personas. Y en esta localidad fronteriza con Chile se hallan las descripciones de humildad, altruismo e inclusión.

Malimán está lleno de sueños. Desde la directora hasta sus 16 alumnos. Sueños que desde chicos los ven truncos porque los impedimentos económicos hacen que no puedan viajar para estudiar. La mina y la gendarmería son los dos destinos más factibles para trabajar. Sin sueños no se puede vivir, y estos chicos los tienen a pesar de las dificultades que se las dejan en claro desde sus primeros años de vida. Sus “vidas paralelas” -como nos contaron- pasan entre la escuela y la violencia de las casas, producto del despojo y la imposibilidad de crecimiento.


Es un Estado semi ausente.

Es una comunidad de alrededor de 30 personas, sin hospitales, y con el pueblito más cercano a 13 kilómetros. Es rogar que, ante una emergencia, funcione la radio zonal para que puedan comunicarse con los servicios y aguardar la llegada de una ambulancia.

Malimán no conoce de servicios de telefonía, pero sí de maestras con un corazón enorme que luchan y planifican a cada hora dentro de un contexto de plurigrados y de consecuencias de bajo rendimiento producto de las dificultades socio-afectivas.

Malimán, a casi 300 km. De Ciudad de San Juan, es la vista a la Pre-Cordillera. Es que nunca dejen de llamarte “usted” a pesar de que, durante cada hora en toda una semana, se hayan roto cientos de barreras de conocerse, de jugar, de timidez.

Malimán es que Doña Mercedes, una de las cocineras de lujo, te pregunte si querés sopa después de comer y hasta repetir. Y no sólo eso, sino que casi que se enoje por no aceptar.

Malimán es que Alejandro, una criatura hermosa y pura de 9 años, te pregunte si sus zapatillas están bien para ponérselas cuando uno aún no despegó los ojos. O que a la noche venga y te pida “noción” para ir a cenar con rico olor.

Malimán es el cuidado de la tierra. Es estar atentos constantemente a que la Barrick no derrame veneno. Quizás eso no sea lo peor, sino lo que viene después. Y eso que llega luego es que un Ministro vaya y le diga a la directora: “Tómese dos vasos de cianuro y va a ver que no le pasa nada”.

Malimán es el izamiento de la bandera con los cerros y las montañas que aún conservan nieve ese un invierno crudo de fondo.


Malimán fue -es y será- estar subidos en el techo de la iglesia antes de la medianoche, buscando formas entre las miles de estrellas y esperando esas fugaces que pasan tan rápido como el viento Zonda pega a cada momento.

Malimán fue cada guitarreada mientras el sol se escondía. Eran esos silencios con mucha música. Cada mate que circulaba con charlas, conocimiento y afectos.
Fue el abrazo en el momento justo.

Malimán fue la enseñanza de que, para hablar, siempre, antes hay que conocer. Es despojarse de cada juicio previo.

Malimán fue organizarse para deliberar cada actividad a organizar y qué paso dar. Fue entender que un grupo funciona mejor que la soledad.

Malimán fue llenarse de felicidad, de angustias, de afecto, de lágrimas, de salirse un poco de la burbuja en la que vivimos constantemente, inmersos igualmente a pesar de lo que intentemos cada día.

Fueron los “gracias”, los respetos y los tiempos.
Fue ir Juntos a la par.