Por Lucas Abbruzzese
El fútbol argentino ha tocado más que fondo. Ha fracasado
pero no deportivamente, lo ha hecho en términos de proyectos, estructuras y
planificación. El deporte se llenó de magnates, empresarios, ricos que su gran
puente con esto a lo que ellos sólo utilizan es el dinero y la codicia, el
poder. Dentro de todo ese juego; inclusión, organización, educación y espejo
para crecer quedaron tan lejos como despojadas de su esencia.
Tuvimos un Diego Maradona y jugamos con él. Tenemos un
Lionel Messi y lo despreciamos y lo rebajamos. Gozamos de un José Pékerman pero
el mensaje, con Carlos Bilardo como director de selecciones, fue que “salir
campeones en juveniles no servía para nada”. ¿Qué se quiere? ¿Para qué? ¿Con
quién? ¿Cómo? ¿Alguien se pregunta algo en medio de los intereses creados?
De Pékerman se pasó a Basile. De Basile, a Maradona. De
Maradona, a Batista. De Batista, a Sabella. De Sabella, a Martino. De Martino,
a…
Ya ni nombres hay. Y aunque no son pocos los que creen
que esto no pasa por los nombres, me atrevo a decir que sí. Pero no el nombre
para la dirección técnica. Son los apellidos para conformar una mesa de
decisiones y planificaciones. En esa mesa, si es que se anhela salvar al fútbol
argentino, no pueden faltar ni César Menotti ni Marcelo Bielsa ni los Riquelme ni los Redondo ni los Maradona ni lo viejos y actuales jugadores. Al fútbol los que son del fútbol. Los sabios. Los que
saben. Nada será más rentable que crecer desde las bases, fomentando el juego y
excluyendo las urgencias.
¿Quién conoce a todos estos que desembarcaron en el ícono cultural de Argentina? ¿De dónde salieron? ¿Por qué el fútbol es tan atractivo para los negocios y tan poco para invertir a largo plazo? ¿Cómo llegaron a ser dirigentes? ¿Por qué juegan con la pelota desde los escritorios?
Hay que parar la pelota. Afuera. Los jugadores del fútbol argentino tienen en su poder hacerlo y exigir autoridades acordes. Si no, la bocha no empezará a rodar. No habría fútbol sin futbolistas. No habría negocio. Un cambio obligado.
Hay que parar la pelota. Afuera. Los jugadores del fútbol argentino tienen en su poder hacerlo y exigir autoridades acordes. Si no, la bocha no empezará a rodar. No habría fútbol sin futbolistas. No habría negocio. Un cambio obligado.
En medio de toda esta porquería, le exigimos a Messi que sea campeón del mundo y que, si no lo logra, será un fracasado. ¿Pero saben qué? Los fracasados somos todos nosotros que no movemos ni un pelo por crear una deportividad acorde a lo que representamos. Por eso, a la mesa los que saben.