Por Lucas Abbruzzese – Bastante alegría y sonrisas le han
quitado al fútbol (este Mundial, lleno de goles y equipos con intenciones de
atacar y buen trato de pelota) dentro de la cancha como para que ahora se las
quiten desde la línea de cal hacia afuera.
El fútbol parece no
tener retorno. No, perdón, el fútbol no. La gran mayoría de la gente que habla
y rodea al deporte más hermoso del mundo parece no tenerlo. Hace décadas que el
juego, la felicidad, el amor por la pelota (salvo excepciones, como siempre),
el simple hecho recreativo y la diversión han sido reemplazadas por términos
como seriedad, sacrificio, esfuerzo, trabajo…¿Quién puso la primera piedra?
¿Por qué se adhirieron otros tantos? ¿Creyeron que hablando más difícil (?) y
usando esos vocablos era necesario y mejor para ingresar y permanecer en el
negocio?
“El fútbol, para ser
serio tiene, que ser un juego”, nos explicaba Dante Panzeri. Y esa seriedad
para jugar se fue, desapareció de las declaraciones de los futbolistas. Ahora,
se es serio para trabajar. Se trabaja en zonas de la cancha, se trabaja pisando
una pelota, tiran un caño y expresan “¡qué gran trabajo!”…Quien se crea que eso
es un trabajo, vaya problema. Es un juego. Es como esbozar: “Voy a trabajar en
el ludo”.
“El futbolista, ¿ser
humano o ser objeto?”, se preguntó (y se plantea) Fernando Signorini en su
libro Fútbol, llamado a la rebelión.
Desde sectores de la
prensa, continuando por algunos repetidores, pasando por la parte dirigencial y
no olvidándonos jamás de los directores técnicos; todos les han quitado la
alegría al fútbol y han tomado al jugador como una pieza, como alguien
secundario en todo esto, como quien debe trabajar y no jugar, como un ser
humano que se está desarrollando laboralmente y no divirtiéndose y jugando. A
eso llevaron deporte de la número 5. ¿Alguno cree que tipos como Di Stéfano,
Maradona, Cruyff, Pelé, Zico trabajaron y no jugaron? Ellos sacaron diferencia,
además de por el talento natural, porque se divertían y consideraban esto como un
juego.
Interesante, como tantos
otros, rescatar el siguiente párrafo escrito por Signorini en su
Deshumanización del deporte: “Los hombres jugaban para divertirse. De eso se
trataba. Después, mucho después…sin prisa pero sin pausa, el consecuencialismo
ético (teoría filosófica que afirma que las acciones deben ser juzgadas solo
por el resultado) fue ganando adeptos a través de su variedad más conocida: el
utilitarismo”.
Mientras algunos hablan
de trabajo, otros cracks siguen divirtiéndose como niños y desde allí sacando
la diferencia. A la par que algunos ven al fútbol como una labor; Riquelme la
pisa y se ríe, Messi encara y guiña el ojo, Neymar tira caños y sombreros sin
importarle a esos que le prohíben alegrarse con un simple balón de fútbol.
Atorrantes, pícaros, quiebres de cintura, pases entre líneas…Escasean, y gran
parte es en consecuencia de que desde en las bases se busca la fuerza, la
seriedad, la cara de mala persona para genera miedo en el rival (?) y no la
improvisación, el momento y la sonrisa. Prohíben alegrase. Pregonan el
resultado sin importar cómo.
Prohibida ya su
diversión en el verde césped, ahí donde se definen los momentos y los partidos,
ahora parece que tampoco es posible hacerlo de la línea de cal hacia afuera. Al
menos, así quedó demostrado luego del chorro de agua que le tiró Ezequiel
Lavezzi a Alejandro Sabella en pleno partido ante Nigeria. Que es un mal
ejemplo, que los chicos repiten eso, que le cayó mal al entrenador, que no
tiene autoridad, que es un maleducado y un sinfín más de calificativos
inentendibles. El Pocho le quitó seriedad al asunto y apretó un poco más su
botella. Entre risas, dejó en claro que lo serio no es cosa del fútbol.