martes, 24 de enero de 2017

"Sin offside el fútbol sería un hormiguero"

Marco Van Basten fue un goleador único. Holandés y diestro, fue de esos centrodelanteros que todo lo sabían en el área. De esos con una gama de recursos inigualables para definir. Actualmente ejerce el cargo de director de desarrollo técnico de la FIFA (sic). “En pos de querer mejorar el juego”. Al menos así lo aseguran quienes no paran de crean puestos para seguir viviendo del fútbol, eso que cada vez parece jugarse más en las oficinas que en el césped.


Van Basten fue eje de críticas por querer abolir la ley del offside. Una de las que se rescatan, indudablemente, es la del Flaco Menotti: “el fuera de juego es lo que te hace pensar”. ¿Se imaginan si no existiese esta regla? ¿Para qué se achicaría? Cada jugador debería ocupar hectáreas de cancha. Estaríamos hablando de otro juego.

Todo momento, cada rato es propicio para citar a Dante Panzeri. Esto escribió en 1967, junto con Carlos Peucelle, en su Fútbol, dinámica de lo impensado; una especie de biblia futbolística y periodística obligatoria, acerca del fuera de juego:

“La desproporción numérica entre el ataque y la defensa era compensada por la ley del offside. La antigua ley sólo permitía al delantero estar en juego teniendo tres jugadores entre él y la línea de gol. En este sistema no era necesaria la marcación estricta sobre los delanteros. Con solo adelantarse un zaguero lograba fácilmente colocar en posición de offside a los delanteros. Sin offside el fútbol sería un hormiguero.
“Esta manera de jugar redujo los goles, siendo muchos los partidos en que no se abría el score. En el año 1925 se enmendó esta deficiencia del reglamento. La Internacional Board modificó la ley del offside de tal manera que bastaba la presencia de dos jugadores para estar habilitado el atacante.

“Con la modificación se aumentaron las posibilidades del ataque y también era necesario buscar un medio para reforzar la defensa sin debilitar el ataque. Ello dio lugar al surgimiento de nuevos sistemas”.

viernes, 13 de enero de 2017

Jugar

Una de las aristas que se desprenden al hablar de la dinámica es la forma de llevar a cabo algo, lo activo que se está para emprender alguna actividad o momento o viaje. Entonces, cuando nos referimos a Malimán, es insoslayable que la dinámica es la del juego. Jugar.


Jugar rompe barreras.

Jugar todo el tiempo, de eso se trata. Y no precisamente jugar para pasar el tiempo, sino pasar el tiempo jugando. Es levantarse y que Ale te tire, como si nada, “¿hoy vamos a volver a jugar?”. O que Eri, en medio de una charla, pare y te pregunte “¿sabés jugar a…?”. Y que Néstor, casi como una piedra, no sonría salvo hasta que se comenzaba un partido de ping pong. O, también, cuando las chicas te pedían bailar o te desafiaban. El baile tiene que ver con lo lúdico.

Es que los ratos valen más cuando se juega. No se trata solo de moverse un rato: en el juego hay una combinación de creatividad, imaginación, contextos y risas que son insuperables. Es apreciar y entender que hay un otro, que se puede perder, que hay que aprender a caer para crecer. Que ir en equipo es mejor que ir solo. O, al menos, Juntos a la par.

Jugar y Malimán van de la mano, son como dos amigos inseparables que están todo el tiempo conectados. Se necesitan mutuamente. Es olvidarse por muchos ratos de esas realidades difíciles, de esas violencias que opacan sus creatividades y no permiten florecer esas sonrisas que valen y dicen mucho.

Jugar es no olvidarse nunca de que jamás dejamos de ser niños.

¿Será que los alumnos en las aulas se aburren cada vez más porque se juega cada vez menos? ¿Será que el futbolista, dentro de su profesionalidad, se ha olvidado de disfrutar porque ya no está eso de “vamos a jugar a la pelota” y si ir a trabajar? Pensar, reflexionar sobre la palabra jugar. Es inclusión, es que el tiempo pase pero en realidad no, es compartir, es amistad. Amistad. Eso. ¿Cuántos amigos nos hicimos por jugar? ¿Cuántos por permanecer a un mismo club?

Me permito un paréntesis. Permítanmelo: Ale, mirá la foto, ni Jesús nos pudo alcanzar esa tarde en el juego de la silla. Este año, te lo aseguro, les damos revancha. Mis hombros extrañan enormemente tus “dale Luca, subime”.


Malimán, ese pueblito casi perdido entre montañas y la Precordillera, es entender que el juego es sinónimo de risa. Porque hay que ver sonreír a esos chicos. Pff. Hace falta reír más para sobreponernos a muchas cuestiones. Y muchas veces no encontramos excusas más que el juego para que los labios se expandan y los cachetes se inflen. Es que, claro, estamos jugando.

martes, 10 de enero de 2017

El instante, el tema y la piel de gallina


No sabíamos qué canción tocaba este año (2016). Nos reunimos. Es que en y durante las reuniones -o asambleas, como quieran llamarlas- decidíamos cada paso a dar y seguir. Hubo una comunión de grupo enorme. No es casualidad que post viaje casi que no haya habido fin de semana en el que no nos hayamos visto.

Se eligió Juntos a la par, de Pappo (cómo extrañamos a Pappo). ¿Cuántas veces nos ponemos a reflexionar verdaderamente sobre las letras de las canciones? ¿Existe ese instante? "Nada como ir juntos a la par". Pff. ¿Habrá instancia para reconocer la profundidad de esas siete palabras seguidas y combinadas unas tras otra? Creo que no. O creo que sí. Bah, no sé. Allí hay algo de sueños.

Ir a la par. Con un/a otro/a. "Y caminos desandar". "Y caminos desandar". "Y caminos desandar". Sí, tres veces. Porque desandar los caminos es atreverse. Ir e intentarlo. Fallar y regresar para jamás dejar de perseguir ese sueño. Lo instalado está en nuestra cotidianidad. Queda en nosotros desandar esos caminos prejuiciados.

Pero volvamos a eso de los sueños. ¿A cuántos de nosotros se nos han pasado por la cabeza vaya uno a saber cuántos deseos o anhelos o sueños o ganas mientras cantábamos, recitábamos, practicábamos Juntos a la par? Va adjunto un video, recuerdo de ese primer día en el que nos juntamos y juntos, claro, dimos a conocer el tema para ensayarlo. Había que ver esas caras.

"Anoche se me puso la piel de gallina mientras cantábamos", nos dijimos al otro día al reunirnos. No faltaron infinidad de "sí, a mí también". Y esos momentos no fueron planificados ni premeditados. Se dieron. Una muestra más de que en esta vida lo más lindo está lejos de aquello en lo que ya se sabe que va a pasar. Pasó en Malimán, un miércoles perdido de octubre. ¿Perdido? No, lleno de sensaciones y emociones. De sentir. De vivir.