Por Lucas Abbruzzese
¿Qué fue el 9 de
Julio de 1816? ¿La independencia definitiva? ¿El comienzo del exterminio de los
pueblos originarios? ¿La larga historia de la oligarquía en el poder? ¿Fue real
que se cruzó la Cordillera con burros y yeguas, algo que suena más a utópico y
de otra vida que a real? ¿A quiénes favorecieron aquellas des-colonizaciones? Argentina
y una rueda que parece volver siempre al mismo lugar: las clases oligárquicas
dominantes en el poder.
Argentina. 9
letras. 4 sílabas. Una historia con ese nombre propio desde 1816, año en el que
se declaró la independencia y del que en estos días se cumplieron 200 años. Justo el
Bicentenario fue el aniversario en el que se han recordado viejas épocas
nefastas. Una de ellas fue la aparición en el desfile militar de Aldo Rico,
símbolo del levantamiento carapintada de la Semana Santa de 1987 que puso en
jaque al gobierno democrático de Raúl Alfonsín y que ponía la voz en alto por
los juicios a los milicos culpables de la dictadura que había finalizado hacía
menos de 5 años.
“La democracia no
tolera el desfile de genocidas y golpistas”. Y aquí un destello: ¿Hay real
democracia cuando todavía en el siglo XXI hay gente en la calle, desigualdad
creciente y recortes a la educación?
La presencia de
este personaje, además de la de otros matones de la última dictadura (por no
mencionar la innecesaria presencia de un Falcón verde, con todo lo que esto
simboliza), lanza varios disparadores; entre ellos, ¿por qué nuestra historia
es una rueda de volver siempre a las clases dominantes? ¿No existió ni hay la
suficiente organización de los sectores populares como para impedirlo? De Hipólito
Yrigoyen a la Década Infame, de Juan Domingo Perón a casi 30 años de dominio
militar (y el aniquilamiento de una juventud que luchó como nunca y que luego
fue ninguneada), Menem y sus privatizaciones, el resurgimiento de clases
despojadas y la llegada de Mauricio Macri y un país para empresarios, ricos y
la oligarquía del Club de Polo, los CEOs, el Campo, la Sociedad Rural y más.
Siempre se volvió al punto de partida: el dominio de unos pocos.
Repensar el Bicentenario es hacerlo desde entender el pasado para construir el futuro. Es el anhelo de una segunda, verdadera y definitiva independencia; que nada tenga que ver con los poderosos y los corruptos y sí con lo humano, la igualdad de oportunidades, la inclusión, el deporte como educación y no como negocio, una vivienda para todos, comida que alcance a cada pibe y no que sea tirada al final del día. Repensar nuestra historia es repensar quiénes nos contaron lo que contaron, desde qué lugar y por qué.
¿Será momento de
romper las cadenas impuestas por las clases altas?