viernes, 13 de marzo de 2015

¿Vos preferís jugar bien o ganar?

Un fútbol bastardeado por el resultadismo tiene hace décadas una pregunta de imposible solución, la cual, con algunos argumentos, se tratará de responder sin entrar en el falso debate de lo que propone el título.


No son pocos, vaya ellos, los que piensan que lo único que vale y que sirve es ganar. Son los mismos que analizan un partido o una situación desde el resultado, pero nunca de cómo se llegó a ella. Si perdiste pero jugaste mucho mejor y pegaste cuatro tiros en los palos, mientras que el rival se tiró todo atrás y en una contra te ganó el partido, lamentablemente ese elenco se llevará la tapa del diario y cualquier crítica partirá desde allí. Un resultadismo caníbal que penetró en una sociedad cómplice y que sigue el ritmo de los medios de comunicación que bajan el mensaje “primero ganemos, después vemos cómo”. ¿Hay un cómo realmente detrás de esa importancia primordial de la victoria?

“Ganar como sea”, se escucha por allá; “hoy hay que sí o sí”, baja desde la tribuna; “juega bien pero nunca ganó nada”, vociferan aquellos que defenestran el fútbol bien jugado y al que poco les importa llegar; “lo importante era ganar”, repiten otros. En cambio, cuando aparece alguien al que sí le importa las formas y más el camino que el final, aparece una típica y constante respuesta: “Si te dan a elegir, ¿preferís jugar bien o ganar?”.

No estaría mal aclarar, ante todo, que ganar no es una elección. Sí lo es la búsqueda de cómo hacerlo, desde cómo se entrena hasta lo plasmado sobre el terreno de juego. Luego puede salir o no, pero la intención y qué jugadores están en cancha así lo determinarán. ¿Quién elige ganar? ¿Quién perder? ¿Alguien optaría por la segunda? Nadie. El fútbol, dinámica de lo impensado, como nos dejó para siempre Dante Panzeri, es una acumulación de momento, de improvisaciones y de situaciones instantáneas que hay que resolver.

Entonces, quien pregunte si es mejor ganar o jugar bien, posiblemente tilde a su “contrincante” del debate como romántico, como a alguien que le gusta “jugar lindo”. ¿Qué es eso? Bien o mal jugado. No hay otra opción de cómo desempeñarse en el deporte más maravilloso del mundo, feamente convertido en un negocio. ¿Para qué ganar si durante el trayecto padecimos la forma de juego? ¿Para qué jugar si no es para divertirse y brindar un buen espectáculo?

“El fútbol que vale es el que queda en el recuerdo”, expresó una vez el Negro Fontanarrosa.

Y allí están, por citar algunos casos, la Holanda del 74, el Huracán del Clausura 2009, la Hungría de 1954 o Brasil de 1982. No salieron campeones. ¿Y? Serán recordados por siempre. También está el caso de muchos campeones a los cuales, para memorizarlos, habría que entrar a Internet o ir a un archivo. Otros, están en la memoria colectiva porque dejaron una huella e hicieron escuela. ¿O alguien va a dudar que el Barcelona que dirigió Pep Guardiola estará por siempre en la memoria por lo que jugaba por encima de los títulos obtenidos?

La alegría es un factor que parece olvidado pero imprescindible para el desarrollo de la vida. Hacerlo bien.

“Jugar bien –como piensa Ángel Cappa- para ganar, ya que el que mejor juega tiene más posibilidades de ganar”. El fútbol es felicidad, es rebelde y por eso tiene caprichos como que el que peor lo haga, en ciertas oportunidades, se quede con la victoria. A aquellos que desprecian el buen juego y el goce del mismo, no les vendría nada mal escuchar a uno de los creadores de la metodología de entrenar del Barcelona, Paco Seirul-lo: “Debemos construir un proyecto que permita a los jugadores que se enamoren del juego”.

Mientras más enamorados por el juego haya, más se disfrutará sobre el verde césped. A más enamorados, más curiosos por entender cada concepto futbolístico. A más enamorados, menos a los que sólo les importe ganar o que eso sea lo primordial. Mientras más enamorados, menos locura por vencer y más placer con el balón en los pies. También, menos que hablen de trabajo y más del juego.