lunes, 14 de noviembre de 2016

El talento oculto y el abrazo pendiente


¿Qué es la creatividad? ¿Y la imaginación? ¿Proviene de algo que llevamos dentro o es natural? ¿Tiene que ver con lo innato? ¿Y no podemos pensar que quizás sean cuestiones que tenemos reprimidas que necesitan ser reflejadas en un papel o en el juego o en algún aspecto de la vida que compense esa falta de algo?

“Con esto”, me respondió. Eric estaba tirado en la cama, entre pensando y angustiado, antes de la última cena. Consigo, y una mirada que se notaba profunda, llevaba un cuaderno. “¿Puedo?”, le pregunté para leerlo. Sin mirarme ni responderme me lo cedió. Una agenda o libreta o como quieran ponerle estaba llena de poemas, de descripciones, de declaraciones, de frases de canciones. De sensaciones y sentimientos.

¿Pero cómo había hecho para escribir todo eso? ¿De dónde le salió? ¿De dónde lo habrá sacado? Cuánta ingenuidad. Aquel “con esto” con el que se comenzó el párrafo anterior hace alusión a su mano izquierda llevada al corazón, desde donde provenía cada frase, cada palabra, cada imaginación para esa infinidad de letras. Un talento oculto. Oculto, no para él, sino para alguna comunidad o un gran público que desconoce que esta personita, perteneciente a una familia conformada por 10 personas, posee una capacidad digna para desprenderse de cualquier tipo de prejuicio.

“Nunca pares de escribir. Tampoco de soñar ni de imaginar. No le temas a la hoja en blanco, escribite palabras sueltas y vas a ver que vas a crear una gran historia”.

Nunca quise ser parte de esos ojos vidriosos con los que Eric me miraba en esa habitación, en el fondo de la escuela de Malimán. Es difícil poder controlar esas sensaciones que van más allá de uno. Eri, uno de los tres varones que concurren al colegio albergue Paso de los Andes, es un ser humano lleno de ideas y de ganas de jugar.

Nunca faltó ocasión para que, de mesa a mesa, nos mirásemos y, sin decirnos nada, ya saber que apenas nos levantáramos nos esperaba un partido de ping pong o un partido de fútbol. Lo admito: no hacíamos buena pareja en el llamado tenis de mesa. ¡Pero qué nos importaba! No le gustaba perder a nada (¿a quién sí?), pero los momentos vividos van más allá de cualquier derrota o victoria pasajera.

Ah, también es el que quiere siempre hacer los puntos en el vóley. Qué egoísta, le gritábamos. Nos devolvía todo con una carcajada.

La pelotita iba y venía como esas sonrisas que quedarán por siempre en ese comedor de encuentros, charlas y emociones. 


No pudimos despedirnos. Se fue a acostar en silencio ese ya viernes por la madrugada luego de bailes y timideces y comida de lujo y se tuvo que levantar a las 4 de la mañana porque una conmemoración en Ciudad de San Juan lo esperaba. No sé de cuántas cosas estamos seguros en la vida. Pero hay una de la que sí: de que ese abrazo que nos quedó pendiente, de despedida y de “gracias”, nos lo vamos a dar para dar paso a otras historias y más momento.