Un termo en la mano. Mates que
iban y venía. De repente, un “mirale esas caras, es impagable”. Uff. Esa
declaración de la directora de Cantoni, la escuela albergue de Huaco, llenó
todo ese momento de sentido y de sensibilidad y de todo lo que nos podamos
imaginar cuando miramos a los ojos. Claro, se refería a los chicos y las chicas
que no paraban de hacernos correr y reír. Estábamos ahí, disfrutando, tratando
de formar y de formarnos.
Nos preguntamos una y otra vez
acerca de la necesitad de afecto. ¿De dónde viene? ¿Por qué? ¿Qué la transforma
y cómo se transforma? ¿Qué rol cumple una sociedad, un Estado y las
instituciones al momento de pensar y transformar estas cuestiones?
Ella, la de la foto, se llama
Mara. Va a la escuela en Calcagno, allí donde la ruta que da al establecimiento
conduce a las montañas y forman un paisaje de ensueño. ¿Por qué con algunas
personas hablamos por primera vez como si las conociésemos desde antes? Eso me
pasó. Eso sentí. Dicen, esbozan, vociferan por allí que antes de morirnos se
nos viene a la mente los momentos y recuerdos más lindos. Y difícilmente todos
estos sueños pasen de largo cuando llegue el momento.
¿O acaso cómo olvidar el “te hago
las pulseritas para que me recuerdes todos los días y no me olvides más” de
Mara? Quizás no hacía falta que me haga las pulseritas para no olvidarla más. O
sí. O esos hilos tal vez eran una excusa para expresarse. Porque jugar, tanto
como el arte y la creatividad, son modos de expresión. Y no hay que saber jugar
para jugar. Hay que entender que hay otro y comprender algunas miradas. En esa
comprensión existe una sensibilidad enorme. Tan enorme como lo son estos
pequeños y estas pequeñas.