miércoles, 18 de noviembre de 2015

Certezas de esta doble fecha de Eliminatorias

Tiempo y tranquilidad son esenciales para que un equipo trate de encontrarse y jugar como el entrenador lo piensa. Para Argentina, los recientes dos partidos dejaron más certezas que dudas.

Analizar desde el resultado siempre es perjudicial. Como tantas otras veces, y también como se impone en los días que corren, eso fue lo que sucedió luego de la igualdad contra Brasil: se habló más de que Argentina había quedado penúltima en la tabla de posiciones rumbo a Rusia 2018 y poco y nada de las mejoras futbolísticas y de haber empezado a encontrar jugadores proclives a la idea que pregona el Tata Martino. El mensaje que bajaba, con apenas tres fechas disputadas, era de alarmarse y pedir renuncias y no lo hecho sobre el terreno de juego.

Pareciese que el entrenador del seleccionado nacional no es un favorito de la prensa. No al menos en el sector del periodismo, muy amplio por cierto, que exige resultados a cualquier costo y que olvida los procesos. Más allá del dramatismo que retumbó desde los micrófonos, esta doble fecha de Eliminatorias dejó muchas más certezas que dudas para el equipo argentino, que no contó con su máxima expresión: Lionel Messi.

Una de esas cuestiones que quedaron plasmadas positivamente fue Lucas Biglia. El volante interno u 8 o conductor o como se lo quiera llamar fue la gran figura en Barranquilla. De Xavi no solo tuvo la número 6 en la espalda, sino también momentos de conducción y de esconder la pelota ante la presión rival. Manejó de gran manera las contras, quitó y marcó los tiempos y caminos de la posesión del balón. Tuvo un gran socio en Éver Banega, quien también se hizo cargo, tanto contra Brasil como versus Colombia, de la bocha y su destino. Aportó pases entre líneas y movilidad para ser el tercer hombre y crecer.

Y aquí se abre uno de los interrogantes: ¿Javier Pastore será titular cuando se sienta bien físicamente para marzo, mes en el que la selección volverá a jugar (Chile y Bolivia)? Es sabido que a Martino le gusta el triángulo en el mediocampo, dos extremos bien abiertos y un punta. Ante ese panorama se ve imposibilitada la posibilidad de juntar alrededor de Javier Mascherano a Biglia, Pastore y Banega. Además de los nombres propios, el Tata deberá encontrar a los mejores socios dentro de la cancha, quién se asocia mejor con Messi y Agüero, quién llega más y mejor al área.


La dupla de defensores centrales fue, tanto ante Brasil como contra Colombia, uno de los puntos más altos de Argentina. Nicolás Otamendi y Ramiro Funes Mori llegaron a la titularidad en la Albiceleste como para quedarse con esos puestos. Fueron garantía en las alturas y, sobre todo, aportes muy valiosos en ataque: anticipo para mantener al once junto y decisión y carácter para pasar al ataque si no había opciones de entrega a la vista. Ambos saben jugar con riesgos, ya que se plantea que estén constantemente en la mitad de la cancha, y eso es valiosísimo por el contagio y por la seguridad de atrás hacia adelante.

martes, 20 de octubre de 2015

Cuando se le conoció la cara a la política

Más allá de los nombres propios, lo que quedó claro aquel 20 de octubre del 2015, con el asesinato de Mariano Ferreyra, fue el sistema al servicio de los poderes y del negocio por sobre el de los que luchan.


Pasado el mediodía del 20 de octubre del 2010, es decir hace 5 años, Argentina se conmocionaba por la muerte del militante Mariano Ferreyra, soñador de la revolución y de terminar con este mundo desigual. Aquel caluroso día de primavera fue cuando se empezó a destapar a grandes rasgos los entramados políticos, los negociados y un sistema corrupto manejado por los grandes intereses económicos y no por la clase trabajadora.

Aquella mañana de octubre, con el Partido Obrero a la cabeza, despedidos y tercerizados ferroviarios marcharon hacia Barracas con la intención de cortar las vías del ferrocarril en protesta de las injusticias. No llegó a su objetivo el encuentro porque la policía (siempre en contra de los intereses de las luchas sociales) y las patotas (una especie de mercenarios contratados para ahuyentar el peligro) no lo permitieron, tanto como que una de sus avanzadas finalizó con la vida llena de sueños del militante del PO. Quedó claro que no hubo enfrentamiento, sino ataque por parte de un lado y con premeditación.

Era empezar a descubrirle la cara al entramado político que llevaba décadas. Tercerización, es decir, contrataciones de una empresa para otra con el fin de bajar costos salariales –a veces, y quizás no sólo a veces, la misma empresa se contrata a sí misma para quedarse con un vuelto; barras bravas funcionales a los gremios, los cuales deberían defender a sus empleados y no castigarlos por reclamar sus derechos; una dirigencia política que calla; un periodismo más pendiente de la pauta oficial que de ejercer la profesión.

“El sindicalismo trabaja defendiendo lo propio y no a los trabajadores que representa”

Imprescindible se hace ver el documental (*) ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, estrenando en el 2013 y protagonizado por el periodista Martín Caparrós. “Me parece muy bien lo que hace mi hijo porque lo siente. Si vamos a estar escondiéndonos de lo que pensamos, no sirve”, dejó como mensaje en el film la mamá de Ferreyra. Una bala en el pulmón fue la acción material que le cortó los sueños al militante. Quien la disparó, una consecuencia del sistema. Y uno de los que gobernaba en ese sistema era José Ángel Pedraza, líder ferroviario, perteneciente al partido político que le convenga e instigador del crimen. Ya fue condenado y detenido.

Lo curioso de Pedraza es cómo pasó de formar parte del peronismo combatiente de los sesenta y de participar en la huelga de 79 contra la última dictadura a ser un actor de la burocracia sindical y los intereses lejanos a los trabajadores. Quizás las convicciones no eran tales. Las que sí lo fueron  eran las de Mariano Ferreyra y una masa de pibes que crece con el anhelo y la lucha por una mayor participación de los sectores populares en la toma de decisiones del país.

(*) http://www.filmmarianoferreyra.com/ Acá se puede ver el film.

lunes, 28 de septiembre de 2015

El fascinante gato con botas

*Nota escrita por Jorge Valdano cuya publicación se hizo el sábado en la revista Récord, de México. Como no se digitaliza, acá va el texto del ex futbolista. Es que vale la pena cada reflexión en tiempos de apuro.



Probablemente fue Alfredo Di Stéfano quien dejó en el Real Madrid esa admiración hacia los jugadores que se entregan hasta el límite. Llevaba el número “9” en la espalda, pero se sentía con derecho a invadir todas las zonas del campo. Alfredo se cansó de hacer goles espectaculares, pero quienes lo rememoran parece que se han puesto de acuerdo en repetir la siguiente frase: “salvaba un gol en su arco y en la jugada siguiente marcaba un gol en el arco contrario”. Fue el primero de esa estirpe. Un revolucionario que marcó una pauta de conducta que siguieron otros ídolos del club. El último fue Raúl, un jugador de una inteligencia superior, pero que levantaba a los hinchas de sus asientos cuando se ponía a correr a todo lo que se movía, arrastrando hacia el esfuerzo al equipo entero. Son raros los jugadores técnicos y pausados que hayan sido indiscutibles en el Madrid: se me caen del recuerdo los nombres de Butragueño y Zidane. También Guti, aunque con menos regularidad. No muchos más.

Entre esos antecedentes y la entronización que los hinchas y los periodistas han hecho de la “actitud” y la “intensidad”, los jugadores contemplativos (por pensantes) han caído en desgracia. No siempre fue así. En mis tiempos correr mucho era casi un deshonor. Cuando me tocó debutar en Newell`s compartí delantera con el “Mono” Oberti, muy técnico, ya veterano, algo gordito y goleador. En uno de los primeros partidos le entregué una pelota levemente imprecisa que él no hizo ningún esfuerzo por alcanzar. La dejó pasar con desprecio y me dijo algo que nunca olvidé: “Nene, la pelota al pie; si no, dedícate a otra cosa”. No parece, pero esas humillaciones enseñan mucho.

Algún tiempo después entrené a Romario, un talento descomunal alérgico al sacrificio. Prefería pagar dos millones de dólares de multa antes que dar una vuelta a la cancha, y cuando hacíamos juegos de posesión (lo clásico: dar veinte pases seguidos se cuenta como un gol) se aburría como un caracol (y corría, también, lo que un caracol). Ahora sí, cuando el juego incorporaba una portería, en los últimos veinte metros del campo no vi nunca algo igual. Era imaginativo, hábil, veloz en distancias cortas, preciso… Casi infalible ante el portero. Metía goles de todos los colores. En ocasiones, su pasividad era tan elocuente que daban ganas de matarlo, pero yo no podía más que admirar su valentía. Aunque el mundo se viniera abajo, él solo corría detrás de los balones peligrosos, esos que si un jugador como él los alcanza, se convierten en medio gol. Cero demagogia, se pusiera como se pusiera la ansiosa hinchada. De ahí mi admiración.

Así llegamos a Benzema, que en estos días lleva el número “9” de Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid. Cuando digo “en estos días” me refiero a estos tiempos en los que la tendencia pide sacrificio (“huevos” en lenguaje futbolero). Cuando digo “Real Madrid” me refiero a ese componente cultural que hace que los hinchas se entreguen al jugador que demuestre con esfuerzo su lealtad al escudo. Pero Benzema, que juega mejor que nadie, no responde a ese ideal que antepone la testosterona al talento. Es un nueve y medio, en ocasiones casi un diez si nos atenemos a ese estilo que parece disfrutar más de un buen pase que de un buen gol. Es el clásico jugador al que le perjudica el número que lleva en la espalda. Con lo fácil que es en estos tiempos ponerse el “18” o el “73”. El “9” pide un goleador. Y si es rabioso, mejor.

La hinchada está feliz porque en los primeros cinco partidos de esta temporada Karim Benzema lleva cinco goles, algunos de ellos fáciles y hasta feos, como los que marcó en Bilbao esta misma semana, pero que demuestran su “voracidad”, su “hambre”, su “agresividad”; en definitiva, todo lo que Benzema no es. Porque no estamos ante un goleador sino ante un gran jugador que marca goles. Todo lo contrario que Cristiano Ronaldo, que coloca la obsesión y la ambición goleadora por encima de cualquier otra cosa. Mientras Cristiano busca el arco, Benzema devuelve una pared; elimina a un rival, hace un movimiento inteligente para que un compañero encuentre espacios; frena para quitarle vértigo a un equipo que, con Bale y Cristiano, a veces se pasa de velocidad… En fin, juega. En el momento en que el número de goles no sea coherente con el número que lleva en la espalda, volverá a ser discutido. Porque el pueblo está mucho más pendiente de sus errores que de esa capacidad para hacer mejores a sus compañeros.

En el fútbol todo es opinable. Sin embargo, sufro cuando hay que defender lo obvio. Porque Benzema tiene grandes admiradores (entre los que me cuento) y grandes detractores, y eso nos pone ante discusiones interminables. Fue puesto muchas veces en duda desde su llegada, pero como todos los grandes que he conocido, no negocia su estilo ni a palos. Juega como el hombre tranquilo que es. A su llegada al Madrid era un joven relajado de apenas veinte años que no había salido de su país, de su ciudad, de su club. Admiraba a Ronaldo (el gordo) y aunque parecía, como su ídolo, pasar de todo, tenía el triunfo entre ceja y ceja. Hay gente que amaga hasta en su forma de vida: parece una cosa y es otra. Tropezó con el idioma más tiempo del aconsejable, pero a pesar de las lógicas dificultades de adaptación social, en la cancha siempre respondió con un juego lúcido que tenía la virtud de clarificar todas las jugadas de ataque en las que participaba. Cuando llegó al club Mourinho, uno de esos entrenadores que aman a los Diego Costa muy por delante de los Benzema, le llamó “Gatito”. Sabemos que los gatos son de la familia de los felinos, como el león, el tigre o la pantera, pero Mou no iba por ahí. Los “gatitos” son domésticos, pacíficos e inofensivos. La cosa es así: si Benzema no metía goles, Mourinho tenía razón, es un “gatito”; y si Benzema marcaba goles, es porque Mourinho lo ayudó a espabilar llamándole “gatito”. Hay gente que siempre tiene razón.

Pero Benzema, en su sexta temporada en el Real Madrid, sigue vivito y coleando haciendo honor a las siete vidas que el lugar común le concede a los gatos. Adaptado socialmente, chapurreando el castellano, pasando por encima de las dudas generales, habiendo superado las humillaciones gatunas y marcando goles sin olvidarse de jugar divinamente al fútbol. Pero como también los cracks deben dejar constancia de que su talento es práctico, debo decir que han sido los números (goles que valieron puntos) y no su juego inteligente y sutil, el que le ha procurado el reconocimiento de estos días.    


Karim Benzema seguirá haciendo goles y nunca parecerán suficientes porque tiene al lado a un animal goleador insaciable que lleva las estadísticas hasta un lugar inalcanzable. Nadie en la historia del club, en un tramo de más de cinco años, ha sido capaz de marcar más goles que partidos jugados. Gloria a Ronaldo. Pero también gloria a Benzema, acompañante generoso que alimenta a ese animal con sus movimientos y sus pases medidos. Recordándonos que los jugadores no solo son grandes por lo que dicen los números, sino porque conocen todas las reglas de asociación que pide este juego al que estamos simplificando hasta límites inconcebibles. Hasta tal punto que la inteligencia colectiva, a la que tanto contribuyen los jugadores como Benzema, hay que explicarla como si se tratara de una excentricidad. Qué cruz.

martes, 2 de junio de 2015

Por qué ni una menos

#NiUnaMenos fue la consigna que circuló por las redes sociales para convocar a la marcha que se llevará a cabo hoy en el Congreso, desde las 17. Más allá de concurrir, es una tarea cotidiana la de intervenir en cualquier caso, concientizar y preguntarse qué hay detrás de ese pedido de basta de desaparición, maltrato y asesinato de mujeres.
Ni Una Menos porque hay que frenar con la cosificación de la mujer. No son objetos ni le pertenecen al otro ni al mejor postor. Son de ellas; con sus ideas, sus ganas, sus errores, sus virtudes, su imprescindible existencia en un mundo que cada vez toma más conciencia a la par que no logra terminar con esa cadena verticalista y de privilegios impuesta por el hombre, en la que se cree un ser superior.

Ni Una Menos porque hay que frenar con la trata de personas. Y eso abarca las enormes redes con el objetivo de secuestrar mujeres para explotarlas, la complicidad policial y judicial, el silencio del vecino y lo cómplice que son los medios hegemónicos de comunicación desde su desinformación, estigmatización y poca importancia que le brindan al problema. Porque hay que terminar con el odioso “por algo será” o el miserable “y, mirá cómo se vestía” para justificar la desaparición de una muchacha.

“El problema empieza cuando a la mujer se le ve primero el culo y las tetas que los ojos”.

Ni Una Menos porque ellas no son una mercancía. No son lo que son por el tamaño de sus tetas ni la perfección de sus colas. No. Son lo que son por lo que hacen, por lo que transmiten, por el simple hecho de ser alguien.

Ni Una Menos porque los femicidios aumentan, la trata no cesa, la explotación sexual no se frena. Sin clientes no hay trata. No es una cuestión de estado ni del otro, sino de todos, de cada ciudadano, de cada institución y de cada mayor ante su hijo. Concientizar al otro, empezando por uno mismo. Hay que desnaturalizar la violencia de género, el piropo grosero que no es piropo. Hay que ayudar a denunciar las violaciones o los maltratos.

Ni Una Menos porque la mujer no es una cosa. Porque lo que la publicidad, los programas de 30 puntos de rating y el sistema impone no es la verdad. Es una mierda. Una mierda que forma personas, que las llena de ideas basuras, le mete en el cerebro que la mujer vale por su físico y no por lo que es. Luchar contra eso. Que las minas no se queden apartadas de esa lucha y exigencia por una sociedad más justa, igualitaria y de derechos.

Hay una belleza que por cierto no es la corporal y es la más linda e importante de todo. Eso nos ocultan. Ese puede ser un buen punto para empezar a desbaratar lo establecido, lo que vende, lo que nos metieron en la cabeza desde chiquitos.

Ni Una Menos para luchar por los derechos humanos de todos, no sólo de unos pocos. Porque hay que gritar basta de violencia. Porque violencia también es que el aborto no sea seguro, legal y gratuito. Eso es fomentar la desigualdad entre las que tienen y las que no un poder adquisitivo mayor.

Ni Una Menos porque una mujer no vale menos si es gordita, usa anteojos o posee una cadera ancha. Esa mujer es víctima de un maltrato psicológico que no tiene vuelta atrás. La sociedad la juzga, las prejuzga y las utiliza según su físico. Vale para la tele y para ser protagonista de las publicidades y promociones si tiene unas curvas exuberantes y un físico envidiable. Bajo esa lógica nos han criado y vivimos cotidianamente.

El puño hacia arriba es luchar contra todo este maltrato. La tarea es de todos.

miércoles, 6 de mayo de 2015

El Barsa, el Bayern y la lealtad al juego

Un partidazo de fútbol se jugó ayer por la ida de una de las semifinales de la Liga de Campeones, en la que el Barcelona goleó 3-0 al Bayern Múnich. Sin embargo, desde esta columna no se analizará los motivos de la victoria (Messi y qué más) sino la lealtad que se notó al juego limpio, bien jugado, pelota por el piso y dos elencos predispuestos a arriesgar y jamás especula


¿Cuántas veces se escucha vociferar que “son instancias de mucha presión” o que “hay mucho en juego” para excusarse de lo pálido que fue el partido, de los pelotazos, de los miedos a intentar? Esas falacias se terminan cuando hay convicciones, ganar de divertirse, de amar la pelota y arriesgar. Todo eso y más se vio ayer en el Camp Nou, donde alrededor de 100 mil espectadores disfrutaron de dos conjuntos que jamás le tuvieron miedo a intentarlo. Pasión.

Presión hasta el área rival, arqueros que nunca se sacaron de encima una pelota, buscar constantemente un pase entre líneas para progresar con pase, líneas defensivas adelantadas y tirando constantemente el achique para quitarle espacio al contrincante, buen pie y demás. Además de precisión, controles orientados y un desenlace que fue tal como consecuencia de un genio con nombre y apellido: Lionel Messi. La monotonía que no pudo romper el elenco alemán por las ausencias de futbolistas como Robben o Ribéry, sí la tuvo el Barcelona con este astro que hace lo que quiere.

Nunca una patada, una brusca protesta ni un portero tirándose al piso o tardando para sacar. Todo fue cuestión de querer apurarse para darle continuidad al espectáculo, de que los centrales sean uno más en el circuito de juego, de guardametas adelantados y arriesgando con posesiones de balón. Son cuestiones de filosofía, de convicciones y de demostrarle al mundo futbolístico que se puede arriesgar y jugar así en instancias decisivas, con todos los ojos puestos allí y con decenas de consecuencias en caso de ganar o perder.


Puede haber unos perdedores y otros ganadores, pero el deporte, la valentía, el intentarlo y la buena conducta dieron el ejemplo entre estas dos potencias futbolísticas, con intenciones similares de cómo encarar cada cotejo que disputan. Les tocó verse las caras. En Berlín, el 6 de mayo, por la final de la Champions, el buen juego está asegurado.

viernes, 13 de marzo de 2015

¿Vos preferís jugar bien o ganar?

Un fútbol bastardeado por el resultadismo tiene hace décadas una pregunta de imposible solución, la cual, con algunos argumentos, se tratará de responder sin entrar en el falso debate de lo que propone el título.


No son pocos, vaya ellos, los que piensan que lo único que vale y que sirve es ganar. Son los mismos que analizan un partido o una situación desde el resultado, pero nunca de cómo se llegó a ella. Si perdiste pero jugaste mucho mejor y pegaste cuatro tiros en los palos, mientras que el rival se tiró todo atrás y en una contra te ganó el partido, lamentablemente ese elenco se llevará la tapa del diario y cualquier crítica partirá desde allí. Un resultadismo caníbal que penetró en una sociedad cómplice y que sigue el ritmo de los medios de comunicación que bajan el mensaje “primero ganemos, después vemos cómo”. ¿Hay un cómo realmente detrás de esa importancia primordial de la victoria?

“Ganar como sea”, se escucha por allá; “hoy hay que sí o sí”, baja desde la tribuna; “juega bien pero nunca ganó nada”, vociferan aquellos que defenestran el fútbol bien jugado y al que poco les importa llegar; “lo importante era ganar”, repiten otros. En cambio, cuando aparece alguien al que sí le importa las formas y más el camino que el final, aparece una típica y constante respuesta: “Si te dan a elegir, ¿preferís jugar bien o ganar?”.

No estaría mal aclarar, ante todo, que ganar no es una elección. Sí lo es la búsqueda de cómo hacerlo, desde cómo se entrena hasta lo plasmado sobre el terreno de juego. Luego puede salir o no, pero la intención y qué jugadores están en cancha así lo determinarán. ¿Quién elige ganar? ¿Quién perder? ¿Alguien optaría por la segunda? Nadie. El fútbol, dinámica de lo impensado, como nos dejó para siempre Dante Panzeri, es una acumulación de momento, de improvisaciones y de situaciones instantáneas que hay que resolver.

Entonces, quien pregunte si es mejor ganar o jugar bien, posiblemente tilde a su “contrincante” del debate como romántico, como a alguien que le gusta “jugar lindo”. ¿Qué es eso? Bien o mal jugado. No hay otra opción de cómo desempeñarse en el deporte más maravilloso del mundo, feamente convertido en un negocio. ¿Para qué ganar si durante el trayecto padecimos la forma de juego? ¿Para qué jugar si no es para divertirse y brindar un buen espectáculo?

“El fútbol que vale es el que queda en el recuerdo”, expresó una vez el Negro Fontanarrosa.

Y allí están, por citar algunos casos, la Holanda del 74, el Huracán del Clausura 2009, la Hungría de 1954 o Brasil de 1982. No salieron campeones. ¿Y? Serán recordados por siempre. También está el caso de muchos campeones a los cuales, para memorizarlos, habría que entrar a Internet o ir a un archivo. Otros, están en la memoria colectiva porque dejaron una huella e hicieron escuela. ¿O alguien va a dudar que el Barcelona que dirigió Pep Guardiola estará por siempre en la memoria por lo que jugaba por encima de los títulos obtenidos?

La alegría es un factor que parece olvidado pero imprescindible para el desarrollo de la vida. Hacerlo bien.

“Jugar bien –como piensa Ángel Cappa- para ganar, ya que el que mejor juega tiene más posibilidades de ganar”. El fútbol es felicidad, es rebelde y por eso tiene caprichos como que el que peor lo haga, en ciertas oportunidades, se quede con la victoria. A aquellos que desprecian el buen juego y el goce del mismo, no les vendría nada mal escuchar a uno de los creadores de la metodología de entrenar del Barcelona, Paco Seirul-lo: “Debemos construir un proyecto que permita a los jugadores que se enamoren del juego”.

Mientras más enamorados por el juego haya, más se disfrutará sobre el verde césped. A más enamorados, más curiosos por entender cada concepto futbolístico. A más enamorados, menos a los que sólo les importe ganar o que eso sea lo primordial. Mientras más enamorados, menos locura por vencer y más placer con el balón en los pies. También, menos que hablen de trabajo y más del juego.