sábado, 12 de noviembre de 2016

La humildad como bandera

Por Lucas Abbruzzese

“¿De qué cuadro sos?”, atiné a preguntarle ese sábado a la tarde en el que llegamos. Había, no por obligación sino por necesidad, que comenzar a romper hielos. “De River”, me contestó, con ese SH característico de ellos que reemplaza a cada R que pronuncian. Fue el inicio de una relación que se forjó a cada minuto, desde que arribamos a Malimán hasta ese duro viernes al mediodía en el que nos fuimos llenos de lágrimas y de vivencias y de mimos para despertarnos y salir de la burbuja de la capital.

Él es Néstor. Tiene 20 años y no lo anda gritando por la vida, pero lleva como bandera a la humildad. Porque, siempre, al final son tus actos los que te definen. Concurre a la escuela sólo una semana al año: cuando viaja la delegación del Mariano Acosta, en octubre. Su casa, ubicada detrás colegio albergue Paso de los Andes, es donde está su vida cotidiana, entre el cuidado de los animales y la tierra. Vive con su abuela y una tía y descansa poco.

Más allá de que podamos pensar -o no- en la explotación de su trabajo, Néstor quiere irse de ahí. Su anhelo es irse de ese pueblo ubicado a más de 300 kilómetros de la Ciudad de San Juan para armar una vida acá. Sí, acá, en este manicomio al que ya vino dos veces. “Los quiero ver a ustedes todos los días y trabajar de lo que sea en el Mariano Acosta y ayudar en el proyecto”. No hicieron falta más palabras, en una larga y tan hermosa como dura charla que tuvimos antes de la última cena, para que cada rincón de nuestra sensibilidad se tocara y movilizara.

¿Dónde está la presencia del Estado? ¿Y si armamos un sistema de becas y oportunidades? ¿Y si entendemos que Malimán no hay uno solo, sino cientos a lo largo y ancho del país?

Una piedra parecía. No lo podíamos hacer reír con nada. Competitivo como pocas personas que conozco, cada partido de ping pong que jugábamos era motivo de un ida y vuelta -no sólo de la pelotita blanca- entre chicanas y sonrisas. El juego, JUGAR, era un escape de lo rutinario. ¡Hasta se llegó a tentar de risa en un puntazo que hicimos! Era como un niño.

A la mañana siguiente de cada partido que jugó River me busca para esbozarme “ganamos”. Anhela conocer la cancha, el museo y a los jugadores.

Tiene completo hasta tercer año del secundario y cada consejo -lejos de la soberbia y cerca de ayudar- era para que, al irnos, estudiara y leyera y se formara. Que solo así podía aspirar a algo mejor. Tiene una voluntad de hierro y seguro que lo va a hacer. Como todos, sus sueños lo movilizan más que el día a día. “Ir a dar charlas de lo que pasa acá, cómo es el clima y la tierra, estudiar algo que me guste”. Porque no sólo hay que escucharlo, sino verle cada gesto y esos ojos que piensan en cada palabra que tira y las ansias de rearmarse.

Nos mostró cada rincón de la escuela y de la zona, el río y hablaba de lo peligroso de la Pre-Cordillera, producto de algunas especies que viven allí. Ahora debe estar cuidando a sus animales. Y ojalá que con más sueños para levantarse.

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