lunes, 22 de noviembre de 2021

Sin amor no hay revolución

No hace falta más que nacer para que nos encasillen. ¿Es varón o mujer? La respuesta a esta pregunta ya nos abrirá un mundo que parece prefabricado: de un lado, la pelota, los autitos y el color azul; del otro, las muñecas y el color rosa. Listo. No llevamos un día de vida y ya nos dijeron qué tenemos que usar y qué nos tiene que gustar.

Se olvidaron de algo: lo que sentimos.

¿Cuánto lugar le damos a los sentimientos? ¿Cuánto espacio le damos al oído para acompañar lo que sentimos? ¿Cuánto prestamos el oído para que quien se esté ahogando encuentra en nuestra escucha una forma de renacer?

Luana, quien había nacido con el nombre de Manuel, desde su segundo año de vida empezó a manifestar su auto percibimiento como mujer. El caso fue libro. Ahora es película. Yo nena, yo princesa. Y entre un sinfín de enseñanzas que nos dejó este caso, el acompañamiento de Gabriela, su mamá, nos ayudó a pensar que la respuesta a mucho de nuestros problemas no está afuera: está adentro. En mirar, escuchar, dar lugar y dejar de encasillar.

Y aquí algo trascendental: necesitamos deconstruir todas las áreas sociales y profesionales. Si no corremos el riesgo de que futuras luanas se sigan topando con profesionales de la salud que, como a ella, le respondan: “No es Manuel quien decide si es varón o mujer. Es su pene”. Ya estamos con bastante bagaje para afirmar no solo que la sexualidad es infinita sino que nuestros deseos, sentimientos y orientación sexual no lo determina el cuerpo con el que nacemos sino la elección que tengamos.

No hay libertad sin posibilidad de elegir. No hay infancias libres sin deconstrucción.

¿Cuánta de nuestra felicidad está condicionada por lo que podemos llegar a perder? ¿Cuántos de esos miedos nos van a seguir siendo una barrera para afrontar lo que sentimos, dándole una batalla a las jaulas sociales, a los discursos del odio, a la opresión del deber ser y no del simple hecho de ser?

Gabriela estaba desbordada. No encontraba respuestas a lo que le pasaba a su hija. Psicólogas que hablaban de “corregir” los deseos de Luana de ser mujer –algún día tendremos que hablar de la profunda connotación social que tiene la palabra “corregir”-, un padre que no aceptaba –y no aceptó nunca- el sentir de su hija, palabras como “desviación sexual” o “debilidad” le eran frecuentes. No hallaba caminos. Y un día empezó a ver la luz:

“Cuando no sepas qué hacer hay una sola respuesta: amor”.

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