martes, 27 de diciembre de 2022

UN DÍA HICIMOS UNA ASAMBLEA...

 

…y en una ronda, semanalmente, nos juntamos a charlar.

…y no fue el profe quien habló, sino las chicas y los chicos.

…y desde ahí, entre otros tantos lugares, cada une tuvo voz. Porque tener voz es ponerle un freno a esa pavada que nos decían de que el silencio es salud. Queremos que los chicos y las chicas tengan la palabra. Y que la voz circule. Que la palabra, como una vez escuché, sea el quinto elemento. Un elemento para discutir, para vernos, para compartir, para escuchar. La voz como identidad, como pertenencia, como reconocimiento de nosotres.

…y se presentaron problemas que, hablando y pensándonos como conjunto, los pusimos arriba de la mesa. No sé si solucionamos todos. Pero seguro que nos preocupamos y nos ocupamos.

…y paramos la pelota. Dijimos que acá no venimos a dividirnos sino a juntarnos. Que no todo es consumo. Que el “Reino del Yo” queda afuera del aula. Que un problema lleva una propuesta.

…y de repente –no de casualidad- algo cambió en Lauro. Se sentía con mucha rabia, furioso. Quizás solo. Y en una de esas asambleas surgió la propuesta de Bianca: “Profe, me quiero sentar con Lauro”. Varies compañeres la siguieron. Desde ese día, Lauro no se brotó más y no faltó jornada en la que no se escucharan sus carcajadas.

…y hablamos de las puteadas, claro. ¿Cómo afrontamos situaciones de mucha violencia verbal cuando la cotidianeidad de esas pibas y esos pibes es, justamente, la violencia verbal? ¿Cuánto puede hacer la escuela ante eso? ¿Cómo?

…y esas mismas asambleas nos llevaron a reconocernos como grupo. A saber cómo manejarnos. A pactar. A comprender, en un sistema que nos individualiza cada vez más y en una era pos pandemia, que aún quedan lugares en los que no hagamos filas sino rondas, en los que podemos humanizarnos.

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