…y en una ronda, semanalmente, nos
juntamos a charlar.
…y no fue el profe quien habló,
sino las chicas y los chicos.
…y desde ahí, entre otros tantos
lugares, cada une tuvo voz. Porque tener voz es ponerle un freno a esa pavada
que nos decían de que el silencio es salud. Queremos que los chicos y las
chicas tengan la palabra. Y que la voz circule. Que la palabra, como una vez
escuché, sea el quinto elemento. Un elemento para discutir, para vernos, para
compartir, para escuchar. La voz como identidad, como pertenencia, como
reconocimiento de nosotres.
…y se presentaron problemas que,
hablando y pensándonos como conjunto, los pusimos arriba de la mesa. No sé si
solucionamos todos. Pero seguro que nos preocupamos y nos ocupamos.
…y paramos la pelota. Dijimos que
acá no venimos a dividirnos sino a juntarnos. Que no todo es consumo. Que el
“Reino del Yo” queda afuera del aula. Que un problema lleva una propuesta.
…y de repente –no de casualidad-
algo cambió en Lauro. Se sentía con mucha rabia, furioso. Quizás solo. Y en una
de esas asambleas surgió la propuesta de Bianca: “Profe, me quiero sentar con
Lauro”. Varies compañeres la siguieron. Desde ese día, Lauro no se brotó más y
no faltó jornada en la que no se escucharan sus carcajadas.
…y hablamos de las puteadas,
claro. ¿Cómo afrontamos situaciones de mucha violencia verbal cuando la
cotidianeidad de esas pibas y esos pibes es, justamente, la violencia verbal?
¿Cuánto puede hacer la escuela ante eso? ¿Cómo?
…y esas mismas asambleas nos
llevaron a reconocernos como grupo. A saber cómo manejarnos. A pactar. A
comprender, en un sistema que nos individualiza cada vez más y en una era pos
pandemia, que aún quedan lugares en los que no hagamos filas sino rondas, en
los que podemos humanizarnos.
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