Eduardo Galeano nos recordaba que
no es casualidad que tengamos dos orejas y una sola boca. Que eso retrata, ya
desde el cuerpo humano, que es más importante escuchar que hablar. Que para
hablar, primero, hay que escuchar. ¿Cuánto escuchamos hoy? ¿Cuánto de lo que
hablamos es porque lo repetimos? ¿Cuánto sabemos de sexualidad, respeto,
género, diversidad?
¿Vos sabés por qué se usa el lenguaje
inclusivo?
Vamos a poner el foco donde se
debe: no se trata de una problemática gramatical; estamos ante una discusión
política, social, cultural e histórica. El lenguaje, movimiento constante, es
una construcción social. Y como tal, ha respondido a lo largo de la historia a
un sistema patriarcal, capitalista y utilitario a las necesidades del mismo.
Tampoco se trata de gustos. A mi
me gusta. A mi no me gusta. No. Vayamos profundo porque este sistema que nos
lleva por delante no pide permiso ni nos pregunta si algo nos gusta o no. Y
vuelvo: ¿Vos sabés por qué se usa el lenguaje inclusivo?
La escuela, como espacio infinito
que creo que es, plantea construir subjetividades constantemente. Y lo hace
desde lo real, lo palpable, el territorio. Allí, donde sucede la cotidianeidad.
El uso de la “E” no es una cuestión de grafemas. Si creemos que alfabetizar es
mucho más que enganchar letras, las discusiones en torno al lenguaje también lo
son. El lenguaje le pertenece a las personas, a las comunidades, a los pueblos;
y como tal es dinámico, es proceso constante.
Hay que traccionar las
identidades de género con el pensamiento y el lenguaje. Y hablar de lenguaje
inclusivo es hablar de derechos. Es poner en movimiento, en discusión, en
agenda, el derecho que tienen todas las personas a ser nombradas. A ser
reconocidas. A respetar lo que sienten. Porque mucho nos han disciplinado,
tanto, que hasta nos enseñaron qué podíamos sentir y qué no.
Bueno, volvamos a Eduardo Galeano
y escuchemos por qué algunas personas no se sienten identificadas con el “todos
y todas” ni mucho menos con el “todos”. Veamos qué pasa ahí. No esperemos que
lo haga un gobierno que solo se encarga de prohibir porque no está a la altura
de ninguna discusión seria.
Mauricio Macri asumió la jefatura
de gobierno de la ciudad más rica del país en el 2007. Desde entonces han
pasado 15 años. Tres lustros de desfinanciamiento educativo, sub ejecución
presupuestaria, cierre de escuelas, ataques a docentes, salarios por debajo de
la línea de la pobreza, cierre de programas, ataques a los profesorados, etc. Y
hoy, 15 años después, se excusa con que les pibis no saben leer y escribir por
culpa del lenguaje inclusivo.
La política del marketing. Del
palabrerío. La política de cotillón. Por poner un ejemplo, imagínense lo que
les importa la educación que en plena pandemia dejaron de entregar computadoras
a les niñes. De la boca para afuera, todo; de mejorar la calidad educativa, ni
hablemos. Les invito a ver los números que denuncian por sí mismos cuánto
presupuesto le dedica Larreta (¿Entonces quedamos en que como no se puede usar
la E pasará a ser Larrata?) a educación y cuánto al marketing, la publicidad y
la pauta.
El lenguaje inclusivo no es una
imposición. Es una construcción. Y una discusión necesaria. Una discusión que
venimos dando hace años, en las escuelas, en los centros culturales, en los
espacios donde creemos que el lenguaje sí transforma a una sociedad. Y que el
lenguaje late constantemente, está vivo, y no necesitamos que la RAE nos venga
a decir qué y cómo podemos hablar. Y menos a qué nos autorizan Larreta y Acuña,
quienes, de paso, podrían empezar, primero, a pisar las escuelas y, segundo, a
brindar soluciones en vez de problemas a les docentes. Vengan. Les esperamos en
las escuelas. Sean bienvenides todes.